jueves, 22 de enero de 2009

Tradición chilanga.

Caminando por las calles de la Ciudad de México, lo ojos suelen inundarse de tonos grisáceos que están por doquier, desde el asfalto que pisamos, hasta el cielo que nos arropa. El Sol se asoma radiante en días calurosos, quemando con sus rayos repletos de iluminación Ultra Violeta nuestra piel tan potencialmente cancerígena. Es realmente común toparnos con personajes igualmente grices que reflejan en sus rostros el hartazgo, que pasa desapercibido tal vez porque los tonos fríos, tan característicos del ánimo citadino, combinan bastante bien con nuestro pesimismo constante.
Aún así, hay otros personajes que suelen llenar de jocosidad este lúgubre ambiente, al aparecer dentro de nuestro radio visual espontáneamente; basta con poner un poco de atención para descubrir que nuestro compañero de transporte tiene la cara idéntica al señor cara de papa, o que la mismísima Chachita nos está viendo desde el asiento de enfrente. Sin embargo, la tradición chilanga tiene sus reglas, y nosotros los defeños la cumplimos al pie: nunca debemos hablar con extraños. Por eso aunque el señor cara de papa o Chachita nos parezcan sujetos sumamente interesantes y divertidos, las reglas tácitas del comportamiento y la urbanidad nos han dicho siempre que no debemos hablarles, e incluso debemos evitar verlos fijamente a los ojos, no vaya a ser que crean que nos burlamos de ellos.
Por eso, una miradita esporádica y de reojo es lo más correcto para evitar cualquier malentendido. Lo primero que el señor cara de papa pensaría, si una muchachita como yo se le queda mirando es que quiero con él, cuando en realidad lo que me interesaría sería examinar si su bigote se quita y se pone, o ver si la papa de la que está hecha su cara está cruda o cocida. En el caso de Chachita es probable que si un joven la observa fijamente, se sienta agredida y comience a visualizarse con las manos amarradas en un cuarto oscuro, mientras su familia lucha por juntar el dinero de su rescate.
Es mejor no ver a la gente, para que no vayan a pensar cosas raras. Por eso yo hasta hago como que no veo a los que me rodean, y me pongo mis audífonos mientras observo como los demás están solos, solos, igual que yo, en esta ciudad superpoblada.

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