miércoles, 27 de febrero de 2013

Para no olvidar

En los últimos tres meses he bebido más té que si juntara todo el que he probado en mi vida. Antes mi cotidianidad incluía unas cuatro tazas de café, dos en la mañana, una a medio día y otra después de comer, sin excepción. Ahora reemplacé el café vespertino por una taza de té, y no es que ese sea un hecho trascendental, pero forma parte de esos cambios de la vida que suceden paulatinamente y que, de no mencionarlos o pensarlos, quedarían arrinconados para siempre en el cajón del olvido.

Últimamente me ha dado un poco de miedo olvidarme de cosas, aunque éstas puedan parecer insignificantes hechos pasados sin trascendencia. Así que voy a llevar una libreta todo el tiempo, para que en el momento justo en el que aparezca un recuerdo soterrado pueda escribirlo, y en ese proceso hacerlo existir para que no se desvanezca sin dejar rastro. 

No quiero olvidarme nunca del Greñas, el perro con alma blanca y pelo gris que gustaba de dormir en los toldos de los autos y era enemigo acérrimo de mi Bingo. Tampoco quiero olvidarme del día en que mi hermana y yo anduvimos por primera vez en su flamante y nueva bicicleta azul cuando, por bajarnos inocentes a mirar una flor, un tipo se la robó. No me quiero olvidar de cuando siendo muy niña, me aprendía de memoria poemas y trabalenguas que recitaba a la menor provocación, o de mi respuesta infantil cuando alguien me preguntaba "¿Karlita, qué vas a ser cuando seas grande?": "Estrella de cine".

El fin de año lo pasé en la playa con Nancy. Llevé una mochila con muy pocas cosas y no tenía dónde escribir. En medio de una laguna y el mar, con todo el día para pensar en el 2012, el convulso 2012, y meciéndome en la hamaca, sentía unas ganas inmensas de escribir detalladamente incluso sobre el ir y venir de mi movimiento sobre la arena. Por más insignificante que parezca, no quiero olvidarlo.

Encuentra otra hoja de papel. La coloca ante sí sobre la mesa y escribe estas palabras con su pluma: 
 Fue. Nunca volverá a ser. Recuérdalo.
Paul Auster
La invención de la soledad 


viernes, 8 de febrero de 2013

Hace exactamente dos años...


8 febrero del 2011.

Ayer en la noche, como desde hacía muchos años no me pasaba, estuve dándole vueltas al asunto del “sobrepeso” (entre comillas, sí). Aunque estoy bien consciente de que soy una mujer delgada, mi exceso adiposo me causa un conflicto que está acrecentándose. Ayer, además, estuve leyendo horas Los detectives salvajes, y casualmente (o causalmente, problema no resuelto aún), me topé con un capítulo exquisito (como todo el libro) compuesto por el monólogo de una tal Edith Oster, que narra su experiencia con Arturo Belano, uno de los “líderes” real visceralistas. Edith es una clasemediera e intelectual, que se la pasa leyendo en diferentes idiomas y viajando. Se encontró con Arturo en España, y aunque estaba viviendo con un tal Abraham (personaje gris), ella decidió dejarlo e irse a vivir, precariamente, con Arturo. Se la pasaban haciendo el amor todo el día, y ella le contó todos sus fantasmas, le contó acerca de su familia y del problema que en su adolescencia significó el sobrepeso. Edith era anoréxica, y llegó a pesar menos de cuarenta kilos, pero esa cuestión es un conflicto secundario en su vida, al que suele hacer referencia como un asunto más bien ajeno a ella misma, porque lo que narra en sí no es su peso, o su anorexia, sino la preocupación de su madre cuando pesaba poco, y su felicidad cuando no subía ni bajaba. Y así va trazando su memoria como un recorrido gris, al narrar su pasado como una sucesión de episodios decadentes, en los que no se vislumbra una emoción más allá que la indiferencia.

Es fascinante. El texto es complejo, la lectura es fluida, es riquísimo y exquisitísimo con referencias en francés y en latín. Está lleno de alusiones literarias y poéticas, pero el mundo intelectual y “editorial” no es más que el escenario de una realidad que se antoja decadente, en donde se hace gala del olvido cuando se tratan de atar los cabos de un tiempo ido y esbozado sólo a través de fragmentos que dan la impresión de estar desfasados e inconexos, en donde ni siquiera el tiempo da un suelo firme qué pisar, porque aunque la narración transcurre con fechas y lugares claros (regla básica de un detective: quién lo dijo, dónde y cuándo), en realidad se habla de un tiempo indefinido, siempre.

Y estoy fascinada, simplemente fascinada con Los detectives, y fascinada con mi presente a partir de que no doy clases. Y me siento fascinada con una realidad muy positiva, llena de carencias pero que no me causan ningún conflicto, y más bien por el contrario, esta precariedad me hace sentir una alegría inconmensurable cuando logro gastar menos de 30 pesos al día. No necesito más, en realidad. Con una bicicleta, con Internet gratis si voy a la biblioteca, con una caja de cereal en mi cuarto y una cuchara de plástico para comerlo, con la posibilidad de transportarme en bicicleta a todas partes, con unos padres que me alimentan, con una botella de plástico que puedo llenar en un bebedero gratuito, con un cúmulo de libros metidos en cajas, con la posibilidad de ver hacia adelante. Y leyendo, leyendo.

Y quiero leer más, más, aunque no pueda comprar libros.

Ayer, después de ver la película “Baaría” de Giussepe Tornatore (añadamos que Monica Belucci sale en la película. Esa mujer es una oda al esqueleto, y es preciosa), no podía dejar de pensar en el sobrepeso, no podía dejar de machacarme la cabeza con el hecho de que peso más de 55 kilos, de que no me quedó el pantalón que me había puesto hacía apenas unas semanas o en que mi trasero está demasiado crecido... Y ya, simplemente es una cuestión estética y burda, lo sé muy bien, y eso no me hace víctima de mi estupidez. Por eso me fascinó leer a Edith (saliendo de la mente de Bolaño). Ella es una mujer brillante, es lúcida, es inteligente, es depresiva, no encuentra sentido, y su anorexia no es el centro de su vida, por el contrario, es una cuestión secundaria que adereza con más decadencia su desesperanza.

Y sé que pensar estas cosas del sobrepeso no me hacen menos inteligente. Aunque sí van en contra del discurso feminista, están más allá de la racionalidad y tienen que ver con instinto, con pulsiones animadas por el capitalismo y reforzadas con la idea maltrecha de una perfección moldeada a partir de puros referentes insanos. Y las mujeres en medio de estos ideales soñando con la delgadez que no necesariamente esconde una intención tipo top model, sino que tiene que ver, quizá, con una manifestación más de la decadencia de un presente en donde abunda la comida aderezada con insatisfacción.

No me he pesado. Ni lo voy a hacer.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Slam

Ahi estaba yo, en medio de miles de adolescentes eufóricos dispuesta a liberar un montón de energía a gritos y madrazos, escuchando melodías de fácil asimilación con instrumentos de viento, guitarras y cánticos de altos decibeles. Por primera vez en mi vida asistía en un concierto masivo autogestivo, y me sorprendía fácilmente con todo lo que veía a mi alrededor: la estrafalaria vestimenta en un mundo que me parecía mágico y surreal, el olor a marihuana invadiendo el ambiente, el lenguaje soez y la música escandalosa. No podía evitar empaparme de tan cáótico ambiente que vislumbraba divertido y liberador.

Tenía catorce años y portaba oronda una playera blanca con un dibujo de las Chicas Superpoderosas, igualita a la de mi amiga Verónica. Tomadas de la mano a lo largo de todo el concierto andábamos de aquí para allá disfrutando nuestra idea de rebeldía, rodeadas de un entorno que nos invitaba a portarnos mal igual que cuando nos íbamos de pinta y explorábamos la posibilidad de romper todo tipo de reglas con acciones absurdas.

Y así fue la primera vez que me metí a bailar slam, ese baile juvenil que consiste en brincotear sin sentido, dando y recibiendo madrazos. Lo único que se necesita para ser una gran bailarina de slam es intrepidez, y a mis catorce años eso me sobraba, por lo que fui de las mejores. La técnica es simple: estando en medio de un montón de gente donde parece haber poco espacio comienzas a establecer contacto visual con otras personas que parezcan dispuestas a aventarse. Así, se realiza un acuerdo tácito para “abrir cancha” y tomadas de las manos, esas personas empujan a las que están a su alrededor formando un círculo propicio para la bailada. Lo demás es simple, basta con brincar, girar, correr y dar manotazos y una que otra patada.

Pero eso no era todo pues el slam llegó a tornarse insuficiente, así que “volar” era otra actividad recurrente en mi repertorio dancístico adolescente. Para volar basta con ubicar el lugar en el que un masculino fortachón avienta gente. Se suelen abrir espacios para correr, y luego de hacer una pequeña fila se toma vuelo y finalmente se pone el pie en la mano del cabrón que te avienta detrás suyo. En tal caso a menor peso mayor altura, por lo que las mujeres solemos volar más alto. Yo me volví una experta y puedo decir orgullosa que nunca tuve ni un leve rasguño por andarme aventando encima de la gente. Caía acostada encima de cabezas de incautos que no se habían dado cuenta de que llovían personas del cielo, o en el peor de los casos iba directamente al piso, me levantaba inmediatamente y volvía de nuevo a bailar golpeando gente, por supuesto.

Qué buenos tiempos, caray, cuando no me daba la gana vislumbrar las consecuencias de mis actos y era capaz de hacer todo tipo de estupideces. Lástima que tal nivel de inconsciencia no volverá, aunque debo confesar que hace poco tiempo bailé una especie de slam muy tranquilo en un conocido antro de la ciudad, con jóvenes contemporáneos que, al igual que yo, se han vuelto temerosos pero conservan en su memoria los recuerdos de la intrepidez adolescente.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Mi ofrenda

Hoy en la noche vienen los muertos infantes desde el más allá a visitar a los vivos y, por lo tanto, quienes los recuerdan tratan de agasajarlos colocando en ofrendas las cosas que en vida disfrutaban. Siendo niños disfrutan los caramelos y los juguetes, aunque quizá un niño contemporáneo vería la ofrenda con desdén y más bien encendería la TV o la computadora. Quién sabe. Mañana llegan los adultos, y sus ofrendas reflejan goces distintos. No pueden faltar las bebidas alcohólicas, los cigarros y el mole. 

No pude evitar pensar en las cosas de este mundo que a mí me gustaría disfrutar cuando me muera, y a reserva de saber si en la otra vida existen cosas materiales, o incluso si perdiendo mi corporeidad aún puedo gozar de los placeres mundanos, se me ocurrió que una ofrenda para mí debe llevar lo siguiente:

*Una foto donde me vea bien, para empezar. No sé la edad en la que me va a llevar la huesuda, así que si soy vieja preferiría que pongan una foto de mi juventud, en la que me vea bien guapota. Si es necesario meterle photoshop a la imagen no importa, todo con tal de que en la memoria de quienes me recuerdan parezca que yo en vida era capaz de parar el tráfico (jaja, esa expresión ha de ser como de los  años cincuenta).

*Velas aromáticas de colores y con olores frutales. Son más bonitas y elegantes que los cirioscatólicossinchiste que suelen poner. Si se puede, también se valen velas como las que hay en la catedral metropolitana, de esa que en vez de llama tienen un foco que emula a una vela de verdad, pues son más modernas y si el episcopado las ha aceptado, supongo que aún guardan el simbolismo de la llama de fuego en la ritualidad y en el espíritu.

*Pasteles de chocolate, de queso con zarzamora, de mil hojas, de tres leches y de limón. No se preocupen, no es necesario que pongan un pastel entero de cada variedad pues me conformo con una rebanada de cada uno. Pero sí exijo diferentes sabores pues ahora, en vida, los pasteles son para mí el pinche paraíso.

*Postres y dulces al por mayor: chongos zamoranos, cajeta de Celaya, jamoncillos de guayaba, chocolate blanco con galleta de Hershey's, gelatinas de yogurt, Tix Tix de Sonric's (esos son los que disfrutaba en la infancia), tamarindos de azúcar de sal y de chile, piñitas deshidratadas enchiladas de las que venden en el Sanborn's y arándanos al por mayor.

*Algo muy importante: café. Todo el café. Por favor, ni siquiera se les ocurra poner café soluble, porquería horrible que en vida me causó gastritis. Yo quiero café de calidad, si es veracruzano mucho mejor pues está catalogado entre los mejores del mundo, además de que refuerza mis hondas raíces jarochas en tal medida que me hace decir todas las groserías que caracterizan a mis coterráneos, chingada madre!

*Libros, libros. Estando muerta probablemente me pueda codear con mis escritores muertos favoritos, pero aún así me gustaría volver a leer los libros que disfruté tanto en vida: lo que sea de Roberto Bolaño me daría felicidad, Demián de Herman Hesse para recordar mi adolescencia y algo de Mafalda para hacer feliz a mi niña interior. Quiero también algún cuento sobre fantasmas de Francisco Tario, quizá La mujer rota de Siimone de Beauvoir, y Balún Canán de Rosario Castellanos. Por ahí pónganme algún libro de Historia política, de preferencia sobre el maximato, y de filosofía algo de Slavoj Zizek, porfis.

*Quiero navegar por la red, así que cualquier dispositivo móvil en el que pueda conectarme está muy bien. Si se puede, elijan una compu que tenga Linux o un ipad para mayor dinamismo en mi navegación. Recuerden que no tengo mucho tiempo, así que necesito una red que jale rápido pues aún estando muerta, el tiempo es oro. Entonces no me vayan a conectar a una red de Telmex, tengan piedad.

*Alteradores de la conciencia: alcohol, por supuesto. Aceptaré cervezas y, poniéndome exquisita, quiero Guinness y Blue Moon. Mezcal de pechuga de Oaxaca y unos mojitos. Con eso me conformo. Además, se acepta una pipa con hachís de buena calidad.

*Por último, música. Si pueden musicalizar mi ofrenda estaría genial, pero si no se puede, no hay problema, sólo dejen los mp3 disponibles. Quiero volver a escuchar la Marcha Eslava de Tchaikovsky, un disco de éxitos de The Smiths, Bocanada de Gustavo Cerati, Dolittle de los Pixies, algunas rolas de Rockdrigo, una bonita selección de Los Beatles y de Pink Floyd, unos sones huastecos, algo de Tokyo Police Club, la discografía completa de Camel (no se apuren, esta la dejo entre mis pertenencias como valiosa herencia) y algo de reguetón, tribal y salsas, para bailar (ojalá pueda venir con pareja para tener con quién hacerlo).

Y eso es todo. Sé que disfrutaría mucho todo esto, pues son las cosas que me dan placer en esta vida corpórea. Supongo que la cuestión del sexo se arregla en el otro mundo, pues nunca he visto que en un ofrenda pongan muñecas inflables, dildos, o vaginas de plástico. Mmmm, aunque eso no sería mala idea.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Hula Hula

Aprendí a bailar con un hula hula, pues mi horizonte se ha extendido. Me explico.

Hace apenas unos tres años desdeñaba todo aquello que, desde mi limitadísima perspectiva, me parecía irracional. Así, practicar cualquier baile era impensable en mi cuadradísimo esquema pequeño y prejuicioso. Sin embargo, una noche pasó algo mágico: animada por el enervante efecto del alcohol, bailé y bailé hasta sudar.

Recuerdo perfectamente aquél acontecimiento: llevaba una playera de rayas negras y blancas, jeans, zapatitos negros y mi saco verde; así fui a hacer la “visita de las siete casas” por diferentes antros del centro. La última parada: el UTA, antro “darks” de la calle Donceles, donde ponen siempre los mismos hits ochenteros y noventeros, únicos capaces de crear comunidad en el “público juvenil”. Yo, sobra decirlo, ya estaba un tanto bebida –leve, leve-, la música me prendía y todo parecía perfecto. Así que sólo me dediqué a sentir, y me dejé llevar hasta que mi cuerpo se aflojó. Dejé de pensar, y sólo bailé.

De ahí en adelante la bola de prejuicios se me fueron desdibujando y pude sentir mejor, sin pensar tanto, hasta el más mínimo detalle como solía hacer. Bailar se volvió cotidiano en un extremo incluso ridículo: además de bailar en las fiestas y espacios socialmente aceptables, suelo bailar todo el tiempo en soledad incluso complicadas coreografías que me saco de la manga y me imagino que son ballet. Como sea, solía aplicar el azar en el baile, así nomás y moverme sin un orden preestablecido o una cadencia especial. Pero entonces, llegué al baile en pareja con música guapachosa.

Es bien fácil bailar salsas y cumbias siendo mujer, pues es el varón quien lleva totalmente el ritmo. Y yo, por lo tanto, me dejo llevar, aunque tratando de no arruinarlo todo. Aunque no siempre lo logro, disfruto mucho incluso pisar a mi pareja, reír y decir que tengo dos pies izquierdos. La cadencia es necesaria, y quizá si no tuviera el antecedente de estos incipientes intentos cumbiamberos y salseros jamás habría podido bailar con mi hula hula, pues de la misma forma necesito cierto ritmo un poco pensado, no como antes que nada más bailaba abanderado la anarquía.

Me lo pongo en la cintura y el aro es quien me dirige a mi, porque yo simplemente lo jaloneo con mi centro de gravedad. Y así me va llevando, me va llevando, de la misma forma que mi pareja de baile lleva la rienda de los movimientos de mi cuerpo enterito. Por eso soy más suave y más feliz desde que decidí bailar con pareja y con hula hula.

Karla3

sábado, 27 de octubre de 2012

Un chicle en el sillón

Cada mañana mi perro me despierta con movimientos leves que aumentan hasta que, literalmente, brinca encima de mi. Si no atiendo sus exigencias con premura, su esfínter se apodera de todo su cuerpo y llora, rasca y pide a su manera que ya lo saque, pues como buen ser urbano domesticado salvajemente por la más brutal animalidad humana, aprendió a porrazos [que, aclaro, yo jamás le propiné pues lo adopté así de ‘educado’] que no debe mear ni cagar dentro de la casa. Ese, señores, es mi despertador ecológico, preciso y orgánico.

Esta fue una mañana cualquiera en la cual mi hermoso perro me despertó con sendos chillidos para que lo llevara a dejar su rastro en la banqueta. Y yo, como cada fin de semana, iba arrastrando los pies lagaña en ojo y con una bolsa de plástico en la mano dispuesta a volver cuanto antes a mi cama, cuando justo en la entrada de mi vecindario me encontré con la adorable vecina que estaba literalmente hasta las manitas, para decirlo con claridad. Pretendía hacerme la invisible para cumplir mi objetivo inmediato de regresar a jetear un rato más pero apenas me vio, la vecina, que portaba oronda una camisa morada parecida a un camisón, me comenzó a hablar.

-Hermosa, ¿cómo estás? Quédate un rato, ¿no quieres? – dijo, mientras me ofrecía con gran amabilidad un vaso con refresco y Rancho Viejo, mismo que me habría bebido sin pudor de no ser porque eran las 8 de la mañana y mi cultura etílica por el momento no es tan extensa.

-No, muchas gracias, es que ando todavía medio dormida- dije. Y me presentó a su hijo, un flamante ingeniero cuarentón que sabía recitar poesía.

Sobra decir que en la entrada del vecindario no había música, y que amenizaban su mañanera juerga con más sofisticados mecanismos.

Poesía, sí.

-¡Recítale la del chicle!- dijo uno de los madrugadores presentes.

Y no sin hacerse un poco del rogar, el hijo de la vecina comenzó a recitarme la del chicle, poesía que hizo llorar a su madre, mientras yo discretamente retrocedía un poquito buscando desafanarme de alguna forma de una peda que no era mi peda. Mientras, mi perro olía los árboles cercanos y andaba con la nariz  pegada al suelo y yo bostezaba con discreción para no ofender a los presentes.

“La poesía del chicle” [recreación]

Un chicle en el sillón/extrañarás cuando esté ausente/pues tu hijo ya creció/y vuela libre ya sin verte/Tienes lágrimas en los ojos/de haberlo visto salir/y añoras revivir los años/en que estaba junto a ti/No llores madre mía/ya no hay chicle en el sillón/pero tienes la alegría/de los nietos que dios te dio.

La entonación del ingeniero poeta era perfecta, y de no ser por los tambaleos constantes, la escupidera inconsciente y el vaso que derramaba su contenido ante el manoteo, la declamación podría estar en un video de youtube y recibir miles de visitas de personas que gustan de la poesía, buscan una estética peculiar en sus reflexiones y tienen los valores tradicionales y ejemplares dignos de Paco Stanley.

Yo me quedé un rato más y aplaudía contenta ante cada nuevo poema, y aunque me declaro muy poco hábil para conversar con personas ebrias mientras yo no lo estoy, creo que fui una buena escucha aquella vez que la fiesta de mis vecinos extendió sus brazos hasta las horas mañaneras en que mi precioso y cagón perro salió a dejar huella en la calle.

jueves, 25 de octubre de 2012

Sé feliz.


¿No entiendes tú que debes reír? Es más sano y mejor que sobrelleves cualquier pesar expulsándolo de tu cuerpo a carcajadas, que permitir que un sentimiento negativo te carcoma las entrañas. Por eso ríete de ti misma y de tu propia desgracia, para minimizar tus pesares y así poder contrastarlos con otros. Eso hará que todo aquello que parecía una angustia arrolladora, se desvanezca en el cajón de la irrelevancia.

Si algo te molesta, piensa en lo absurdo e incontrolable que resulta ese mismo hecho desgraciado llevado hacia un extremo insospechado, y recuerda siempre que un ceño fruncido se convierte en una ridícula expresión omnipresente. Verás que la tristeza no se acaba al instante, pero al menos no inquietarás a las sacrosantas conciencias sociales del optimismo.

Sólo así no desentonarás con el ambiente de funcionalidad y practicidad tecnócratas. Encajarás en el discurso público que no mira lo que no se dice, y finge que nada pasa. Sonreirás y podrás parecerte a las felices y perfectas personas de los anuncios espectaculares de cremas faciales, paletas heladas y cremas dentales. Serás feliz y desenfadada, justo como se ve mejor en este mundo donde lo superficial es liso, frío y brillante.

No te preocupes, nadie notará que por dentro eres rugosa, caliente y opaca.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Lo escribí el mes pasado y me lo acabo de encontrar por accidente.

Hace ya 1 año con 9 meses que vivo fuera de la casa de mis padres. En realidad es poco tiempo, si a la distancia pienso que representa un porcentaje pequeño de mi vida, y también que a partir de que atravesé la adolescencia -digamos a partir de los 18 años- mi noción del tiempo se ha modificado bastante, y el paso del tiempo me parece cada vez más rápido. Sin darme cuenta y, supongo, por el hecho de que ya he experimentado muchos minutos en mi vida, éstos cada vez se me hacen más triviales, y los días, las semanas, los meses y los años se me escapan como el agua. Por eso digo que es relativamente poco tiempo el que he experimentado fuera de casa, sola, yendo de aquí para allá física y mentalmente sin un sustento más allá de mi misma. Y ha sido muy complicado, sí, porque más allá de no tener asegurado ningún sustento externo (o sea, más allá del que yo misma pueda conseguir), la sensación de la mentada “soledad” a veces pesa bastante. O sea, sé que puedo en cualquier momento tener una compañía física, simplemente llamando a amigos, a mis propios padres y acariciando a mi perro; sin embargo, sé que volveré siempre a la estadía en mi cuarto, sola, sin ninguna presión más que la que yo misma me imponga y eso a veces pesa, porque si me muevo a la derecha no hay una afectación o consecuencia más allá de que yo misma sepa que me moví a la derecha, es decir, nadie más me verá moverme a la izquierda, o regresar a la izquierda, o revolcarme en círculos en el piso o loquesea.
No es problema, porque a fin de cuentas se acumularán mis movimientos y un día alguien quizá reconocerá que no me quedé estática. Pero a veces me gustaría que alguien me viera en el proceso, tocara mi hombro y reconociera que me está costando mucho trabajo.

domingo, 8 de julio de 2012

Perros neoyorquinos


En la parte trasera de los asientos de American Airlines se colocan revistas de entretenimiento para que lxs pasajerxs podamos echarle un ojo al american way of life y así tener una introducción esquemática de lo que nos espera apenas pongamos un pie dentro del país más groseramente poderoso del mundo -claro, según la visión occidental del poder-. Entre revistas de turismo con lugares emblemáticos yanquis, un menú de comida rápida de Starbucks y un manual gráfico con indicaciones en caso de una catástrofe en el aire, encontré un catálogo con productos gringos de lo más hilarantes, como botas masajeadoras de pies, o sillas colgantes para jardín. Mi provinciana visión que califica tales cosas como "hilarantes" deriva probablemente de mi prejuicio hacia la idea del desaforado consumo gringo pero... en mi país creo que no existe una variedad taaaaaan grande de objetos inútiles que, según la publicidad "te cambian la vida". 

Aunque en este catálogo había un montón de cosas, los artículos que más llamaron mi atención fueron los que estaban destinados -supuestamente- a mejorar la calidad de vida de las mascotas, como las numerosas fuentes de agua que mantienen fresco el líquido que beberán perros y gatos, las camas de lujo para perros exigentes o las escaleras especiales para que los cachorros puedan subir al sillón a tomar una siesta. De entre todos estos artículos hubo uno digno de ser enmarcado en el futuro en un museo de  historia de inicios del siglo XXI: el meadero. Este producto es una reproducción fidedigna de los típicos hidrantes rojos que abundan en gringolandia, con pasto incluido, que puede ser colocado dentro del apartamento para que el perro que no puede salir constantemente no sienta nostalgia por la calle y haga toda la pipí que quiera ahí. Este innovador remedo del mundo exterior tiene un contenedor donde se acumula el agüita amarilla perruna para ser removida fácilmente.

La calle puede reproducirse dentro de casa, al menos imaginariamente, incluso para los perritos. Sin embargo yo, siendo una consentidora extrema de mi propio perrito, dudo mucho que él se sentiría muy contento meando en un artificio como ese aunque debo también aceptar que mi mexican dog no está acostumbrado a dichas tomas de agua, y desconozco si al igual que los perritos yanquis se sentiría especialmente atraído por dejar su rastro en una de ellas. 

Más allá de lo estrafalario del producto aquél, una de las cosas que han llamado mi atención de Nueva York, ciudad monstruo y torre de Babel contemporánea, es que aquí no existen perros abandonados a su suerte por las calles. Y lo agradezco, porque verlos siempre me parte el corazón, aunque habría que pensar por qué aquí no hay perros sin dueño como en muchas otras ciudades del mundo. La versión más alentadora es que hay suficiente conciencia por parte de sus habitantes, quienes no abandonan a sus mascotas ni las dejan reproducirse salvajemente sino que por el contrario, las cuidan y les compran productos inútiles, como el meadero. La versión más triste es el exterminio metódico en toda la ciudad, aunque lo que pude ver es que la gente quiere mucho a sus compañeritos peludos.

En Nueva York hay muchos parques y áreas verdes sumamente cuidados y con actividades al aire libre todo el tiempo, y los perritos tienen áreas especiales para poder convivir entre ellos ahí. Entonces nada de andar dejando a los perros sueltos por áreas destinadas a las personas, sino que unx puede ir con su mascota a estas áreas y soltarla siempre y cuando no sea agresiva. No pude dejar de pensar en el gandallita de mi chilango perro, que siente aversión por el 50% de los perros, en especial los que son más grandes que él (o sea la gran mayoría) y les echa pleito a la menor provocación. Me sentí con ganas de haberlo traído y me descubrí extrañándolo mucho, pues es mi compañía cotidiana en mi propia ciudad donde, al igual que en la que me encuentro ahora, hay muchas personas y también mucha soledad que es aminorada con una mascota en la que se vierten muchas energías y mucho cariño (en mi caso desaforado. ¡Oh! cómo amo a mi perro).

sábado, 30 de junio de 2012

Ya es 1ero de julio


Comienzo a escribir esto cuando faltan sólo diez minutos para que empiece el 1ero de julio y la jornada electoral, tan esperada y al mismo tiempo tan temida por representar una coyuntura especialmente efervescente, al menos entre quienes, como yo, guardamos en la memoria pocas campañas porque somos jóvenes. Además, de manera casi espontánea y casual, la "juventud", término que pretende abarcar a un sector de la población sólo por su edad cuando en realidad guarda en su seno a una pluralidad incuantificable, pasó a ocupar un lugar importantísimo en las agendas noticiosas, y es que además de representar una gran porción del padrón electoral, la juventud se atrevió a romper la percepción pública que había inventado la idea de que no le interesaba la política sino que prefería ocupar su tiempo en otras cosas menos espinosas y más agradables, y no en ese mundo supuestamente lleno de barreras infranqueables y aburridas.

Inevitablemente el movimiento juvenil hizo una reflexión del "retorno al pasado" que implicaría el regreso del PRI a los Pinos, como una fatalidad que vendría en detrimento del lento, lentísimo avance de este país por la senda de la democracia. Se pensaba, sin embargo, que muchos jóvenes no estaríamos tan conscientes de esa situación porque no nos tocó vivir la corrupción y la represión del partido oficial en su máximo esplendor, pero... aún así brilló un interés por no retroceder hacia ese pasado que se avisora como oscuro e inminentemente probable ante instituciones que han acentuado las injusticias en este país neoliberal.

Y ante este panorama, me fue imposible no recordar mi propia experiencia como joven votante que tiene un interés muy acentuado por lo que pasa en la política, gracias a su casual estadía en un momento histórico propicio para ello. Y así entonces, pienso, todo comenzó un 6 de febrero del 2000, cuando en TV vi que la UNAM había sido tomada por policías y granaderos dando fin con una huelga que llevaba ya nueve meses. Yo estaba por entrar a la prepa y ese hecho fue decisivo pues mi ingreso a la educación media superior estuvo marcada por un ambiente de efervescencia política. El ambiente olía a zapatismo, a globalifobia y a democracia. Aunque no una de tipo institucional, sino democracia de horizontalidad y de participación, de activismo y de consignas que ensalsaban a la rebeldía como una ideal forma de ser. Siendo adolescente, estar ahí fue como entrar a un mundo mágico, con reglas muy difusas que podían cuestionarse y romperse si no me satisfacían. Y de ahí especialmente recuerdo una lectura, muy confusa en su momento pero que al paso del tiempo me fue llegando poco a poco, el "Votán Zapata", texto sumamente complicado pues estaba lleno de metáforas para mí incomprensibles que reivindicaban un poder desde abajo, que sería como un arcoiris y hacía camino al andar.

Más allá de que años después el neozapatismo me fue dejando más dudas que respuestas y más cuestionamientos y críticas que afirmaciones, en cierto momento de mi vida fue importante, pues era la rebelión por antonomasia de una juventud que había vivido la decadencia del sistema priísta y el advenimiento de la alternancia política como una situación que no contribuía con aminorar los problemas sociales, sino que incluso los ocultaba, los extendía y los acrecentaba. Y entré a estudiar Historia, creyendo en los mitos oficiales de nuestro pasado, con una playera de Quetzalcóatl esperando conocer mucho más sobre las injusticias del pasado y los típicos lugares comúnes de "visión de los vencidos". Pero las cosas se me complicaron aún más, pues más que aprender Historia como tal, aprendía las diferentes visiones del  pasado, sus causas, sus contextos, y la relatividad de las interpretaciones de lo que ya fue y no se puede ver ni tocar, porque está extinto. Por eso me dí cuenta de que no se podía enarbolar una interpretación única, de que incluso la "justicia" es relativa, y de que es necesario criticar y criticar hasta el cansancio. 

Vinieron las elecciones del 2006, yo desconfiaba todavía de la política institucional y podía recitar casi de memoria las razones por las que las insituciones liberales estaban históricamente unidas con la burguesía y con la injusticia social. Pero aún así sabía que ese mundo de políticos era producto de un empoderamiento social, muy limitado, pero que dejaba canales de acción que en otros momentos históricos eran impensables. 

Y poco a poco dejé el radicalismo de la adolescencia para ver lo posible, lo real y contraponerlo con lo ideal, con el anarquismo que suena muy bien en la teoría pero que es imposible en nuestro panorama. Algunos dirían que me conformé, pero yo digo que crecí en mi perspectiva y mi horizonte de posibilades, suprimiendo los deseos irrealizables. Por eso voté por la izquierda, por AMLO, en 2006 a sabiendas de que su proyecto político disgustaba a la oligarquía (término por demás llevado y traído, que en concreto son los empresarios y los políticos ligados a éstos que tienen gran poder en este país) muy indignada porque lo intentaron desaforar, le hicieron un cínico fraude y se impuso a un presidente espurio que le trajo más de 70 000 muertos al país en un sexenio. Lamentable. 

Hoy, a horas de que inicie la elección me siento particularmente triste por las múltilpes inequidades en la contienda electoral, mismas que igual que en el 2006 estuvieron presentes de manera escandalosa incluso desde antes de que iniciaran las campañas, con la construcción artificial y anticipada de un candidato a todas luces represor, inepto, ignorante y plástico: el señor Peña Nieto. El movimiento estudiantil, mismo en el que no pude participar más allá de las marchas debido a las exigencias de la maestría, puso el dedo en la llaga: el problema es la administración de la ignorancia que hace de la democracia un juguete al mando de quienes mueven la percepción pública, el problema son las televisoras, dedicadas a reforzar estereotipos y una moral conservadora, una percepción muy básica de la realidad y una sociedad de consumo. Aunque personalmente no veo que el movimiento estudiantil pueda tener gran trascendencia en la lucha social más allá de las elecciones, fue un honor haberlo visto nacer en las redes, haberme nutrido de esa catársis colectiva y oír los gritos simbólicos contra esta democracia que tiene más límites que canales de participación ciudadana. Y espero con todo mi corazón que en unas horas se demuestre que la sociedad mexicana está dispuesta a pensar por sí misma y a elegir la inteligencia por encima de la guapura y el espectáculo.

Soy pesimista, sin embargo, y es toda una lástima para mi estado de ánimo actual. 

Mañana veremos...

lunes, 18 de junio de 2012

Elecciones ad nauseam

Ahí vienen las elecciones pisándome los talones, igual que hace seis años cuando me estrené como ciudadana. Aunque soy un animal político de tiempo completo, esa actividad inherente a mi humanidad a veces se difumina un poco ante la cotidianidad mundana, pero en estas coyunturas de tránsito del poder todo está apestosamente impregnado de política. En el twitter es de lo único que se habla, y en las calles las personas emiten todo tipo de opiniones sobre las elecciones y lxs candidatxs, desde las más rebuscadas hasta las más pueriles, cosa que puede resultar sumamente divertida o sumamente angustiante…
Por ejemplo, ayer en el metrobús un par de señoras cuya edad oscilaba entre los 50 y 60 años platicaban a gritos, para quer todxs lxs pasajerxs escucháramos, que pertenecían a MORENA y explicaban por qué era importante votar por pejeman. Los argumentos eran más o menos así: “López Obrador es el único que va a hacer un cambio verdadero, porque el Peña Nieto es un títere, es un títere”. Además, no perdían oportunidad para hablar de todo rostro que veían en las múltiples y avasallantes propagandas que atiborran las calles. “¿Ese quién es?”, preguntó una de ellas. “Miguel Ángel Mancera, el que va para el GDF”, le contestó la otra. “Ah, pues ese es el bueno, es el que va a traer ángel a la ciudad”, dijo muy animada mientras su amiga replicaba con un grito chillón que rezaba más o menos así: “uuuuuuuuuuh”.
Hoy en el metro uno de los vagoneros pasó vendiendo plasticos de colores para reconocer las llaves y no perdió la oportunidad para mencionar que él no tiene dinero ni palancas, razón por la cual no puede conseguir un buen puesto, y aunque ya ha trabajado como oficinista decidió dedicarse al comercio ambulante porque invierte una hora menos y gana un poco más de dinero. Prosiguió hablando de cómo en el Estado de México el nivel de violencia ha aumentado mucho, y de que es el estado del país donde ocurren más feminicidios, incluso por arriba de Ciudad Juárez. Remató, finalmente, exhortando a la gente a que razonara bien su voto pues sería terrible tener un gobierno igual al de 68, claro, no sin antes recordar que la marcha anti-Peña convocó a miles de personas hace dos semanas aunque eso no pasa en la TV.
La conversación que escuché hoy, sin embargo, ha sido la mejor de todas: dos señoras en el metro veían los anuncios políticos mientras una le comentaba a la otra:
-Pues en mi casa nadie ha votado nunca.
-Ni siquiera por ese que está ahorita… ¿cómo se llama?
-No sé.
Finalmente y con cierta dificultad una de ellas recordó el nombre:
-Ah, Felipe Calderón, ese que es del PAN.
-¿Es del PAN?, ni sabía.
-Sí, es del PAN. Pues ahora yo creo que habrá que votar por el Quadri.
Finalmente llegaron a la estación de su destino riendo a carcajadas, pues vaya que fue una gran ocurrencia decir que votarían por Quadri.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Soy eterna


Yo no quiero saber de coyunturas, porque delante de mí hay una eternidad que quizá veré y detrás un pasado inabarcable que puedo recordar a través de mis existencias pasadas. Y si mi ser se extiende hasta la eternidad no importan las plantas de mis pies, que andan descalzas aunque encuentre repentinamente vidrios de botellas de cerveza y un asfalto recalentado por el calor. Mi cabello no tiene por qué ir peinado, ni lavado... es más, ni siquiera tiene por qué distinguirse un cabello de otro si naturalmente tienden a juntarse y pegarse con las secreciones de mi cabeza. Por eso dejaré que siga su naturaleza, pues sé que al igual que mi esencia, mi cabello no perecerá aunque mi carne ya se haya desvanecido.

¿Y qué decir de mi rumbo? Si llegué a este lugar sin proponérmelo y dejándome llevar al igual que en la forma que salí del vientre de mi madre, tampoco tengo por qué seguir indicación alguna para “ir”. No hay lugares determinados para mí, porque ningún lugar es más lejano que el futuro infinito y hacia allá me dirijo, por lo que no requiero pensar a dónde ir como si un lugar tuviera más importancia que la eternidad. No soy tonta, y entiendo muy bien que los lugares me están esperando a mí, y no yo a ellos, asi que no haré nada más que esperar sin saber por qué.