sábado, 24 de enero de 2009

Juro que logré viajar en el tiempo

Atrás de mi casa hay un negocio maravilloso, en el que venden todos los artículos de limpieza imaginables a precios baratísimos y justo hoy me dirigía hacia allá para comprar cuatro litros de cloro por ocho pesos, cuando escuché el Jarabe Tapatío. Aunque no soy tapatía, sino chilanguísima, y hasta sé que por alguna extraña razón los jaliscienses tienen una aversión especial hacia los defeños, no pude evitar sentir que mi piel se ponía chinita chinita, como la que debe tener la china poblana (ay! si hicieramos una lista de los "provincianos" que odian a los chilangos, los poblanos ocuparían el primer lugar).

Mi curiosidad innata me empujó a asomarme para ver a qué se debía tal escándalo. Luego de pedir permiso a los presentes logré llegar al frente, no sin dar pisotones y empujar a algunas señoras (habilidad que he aprendido gracias al transporte público, con entrenamientos diarios en este arte de abrirse paso entre la multitud). El espectáculo consistía en un ballet de danza folclórica compuesto por unas 15 niñas y unos 8 niños; no me sorprendió que hubiera más niñas que niños, porque a las mujeres se nos da eso de la bailada no? Bueno, pues el magno evento se reailzaba por la inauguración de un Módulo de Atención Ciudadana.

En ese momento no me importó para qué diablos servía un Módulo de Atención Ciudadana, y sinceramente creo que la mayoría de los que estábamos ahí más bien pensabamos en ver el show completito, para que los organizadores nos dieran de los tacos de canasta que estaban listos en una mesa a la vista de todos.

Al ver el show de danza folclórica, seguido por otro de bailes prehispánicos, no pude evitar sentir que había sido transportada al pasado. Juro que logré viajar en el tiempo. No sé cómo sucedió, pero repentinamente estaba yo totalmente instalada en la década de los treinta. Lo sabía porque el cartel enorme con letras negras y fondo amarillo que decía Módulo de Atención Ciudadana había cambiado, y ahora tenía tres colores: verde, blanco y rojo, y tenía tres letras enormes y negras: PRM. Además había debajo una leyenda celebrando la expropiación petrolera. Guau!!! un montón de gente viendo las coloridas danzas folclóricas, y sintiéndose bien mexicanotes, en medio de esa celebración en la que se expresaba una gran confianza en el futuro, y sobre todo la afirmación tangible de que la revolución estaba haciendo justicia.

Pude darme cuenta de que la gente que estaba a mi alrededor veía con cierta extrañeza el show, y en ese momento recordé que para ellos, las danzas folclóricas, la música con mariachi, los colores fosforecentes y las trenzas adornadas con enormes listones no tenían todavía el significado nacionalista que nosotros, en pleno siglo XXI reconocemos a la primera. Para los hombres y mujeres de esos tiempos, la cultura de "lo nacional" era una cosa nueva, que seguramente resultaba ajena y extraña, pero al mismo tiempo agradable y sobre todo daba un sentimiento que los hacía sentir como que tenían algo en común con los que estaban a su alrededor, ya fueran jarochos o poblanos. Se trataba del mismo sentimiento que me hizo chinita como la China poblana, y que me había sido heredado a través de generaciones educadas por escuelas públicas que fomentaban el amor a la patria justamente mediante teatritos como las ceremonias cívicas en las que nos obligaban a saludar a una bandera, cantar un himno y jurar lealtad a México México ra ra ra!!!

De repente estaba de nuevo en 2009. Vaya que surtió efecto el nacionalismo aunque ahora la confianza en el futuro se haya disipado, pensé, cuando vi que todo mundo tarareaba el Jarabe tapatío. No pude evitar sentir una especie de lástima o desilusión por esos hombres y mujeres de los treintas, que por primera vez sentían que la justicia estaba en puerta. Sin embargo, ver que se inauguraba un Módulo de Atención Ciudadana me pareció bien, y hasta creí que para algo ha de servir no? Finalmente eso es la confianza.

No puedo negar que se siente bien identificarse con los demás mediante rituales como ese, en los que el grito más alto de ajuuua!!! era la medida perfecta para saber quién es más mexicano. Yo, por supuesto no pude dejar de gritar, y hasta pedí que le echaran harta salsa a mis tacos.

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