miércoles, 8 de junio de 2011

Yo voy a ir a la Marcha de las Putas

Mujer de mi tiempo, soy, por ende iconoclasta,

mi espíritu no puede doblegarse ante ningún dogma, y por lo mismo

no juzgo que una idea, por haber surgido de un cerebro reconocido universalmente

como superior, deba aceptarse a priori.

Hermila Galindo.

Conferencia dictada en el Primer Congreso Nacional Feminista, Yucatán, 1916.

La misoginia es histórica. Podríamos rastrear su hipotético origen desde la conformación de clanes y tribus prehistóricas, ya que la fuerza física es el medio más efectivo e inmediato de sometimiento. Ni pedo, los varones son más fuertes. Con el tiempo, esa sujeción determinada por la violencia física, fue aderezándose con ideas más elaboradas acerca del papel que las mujeres debíamos tener en la sociedad.

En el presente, podemos rastrear un sinnúmero de manifestaciones de la misoginia en escritos antiguos. Sin embargo, uno de los pensamientos que históricamente han marcado la pauta para estas ideas, son los que devienen de las religiones. Y como somos hijit@s culturales de Occidente, el cristianismo fue el abrevadero de un montón de ideas que dejaban a las mujeres en una subordinación bien clara. Ya lo decía San Agustín: “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”.*

Para el brillante filósofo y padre de la Iglesia católica, las mujeres éramos una tentación malsana, desquiciante, pecaminosa, sucia e irracional. Por eso, consideraba, debíamos mantenernos fuera de la vista masculina, porque los incitabamos al mal, y más que nada, al alejamiento de Dios.

Allá ellos y sus erecciones involuntarias, digo yo.

Pero eso provocó que fuéramos excluídas de los espacios públicos, porque creían que las mujeres nada teníamos que aportar al mundo más allá de las cuatro paredes del hogar o del convento. Se creía que todas las mujeres teníamos una determinación “natural” hacia la procreación y la maternidad, y por lo mismo, incitábamos al pecado. Además, por ingenuas, podíamos ser fácilmente tentadas por Satanás.

Vejaciones, cinturones de castidad, subordinación, violencia, cacerías de brujas, prohibiciones, etc. fueron una constante en el esquema misógino medieval que se trasladó junto con el catolicismo hacia América. Y así pasaron al menos cuatro siglos en los que las mujeres debieron sujetarse a esas ideas, no sin buscar recovecos que les permitieran ejercer ciertas libertades.

Aunque muchas mujeres transgredieron las normas y ejercieron una sexualidad un poco más libre, la hoguera y los azotes eran una buena razón para plegarse y obedecer.

torura

Sin embargo las cosas cambiaron cuando el discurso público se transformó y se tornó laico con el ascenso del liberalismo. Sin la religión como el acicate moral que debía regir la política o las conciencias, las mujeres hallaron un contexto sólo un poco más favorable para exigir sus derechos.

Pero, oh sorpresa, no sólo los religiosos consideraban que las mujeres debíamos mantenernos en el espacio privado para no andar inquietando penes, sino que hasta los hombres más “progresistas” seguían creyendo, ya en el siglo XX, que debíamos guardarnos en nuestras casas para no correr los peligros de las calles y el mundo exterior, además de que ni siquiera teníamos vuluntad propia: “La mujer mexicana no tiene voluntad propia (...) y sigue las órdenes de su esposo, de su amante y de su confesor.”**

Pero ni los políticos iban a poder frenar la inercia del feminismo, que cundía en muchas partes del mundo, incluyendo México. Si bien en un principio las feministas exigieron la posibilidad de votar y de tener las mismas oportunidades laborales que los hombres, se fueron percatando de que la igualdad en la Ley no es garantía de mejores condiciones de vida, o de ausencia de violencia.

Fue por ello que la sexualidad fue ocupando un lugar central en las precupaciones del feminismo: la violencia estaba ahí donde se reprimía la libertad sexual de las mujeres. Y más allá de las divergencias al interior del feminismo (click aquí), en el presente el consenso es la búsqueda de condiciones más equitativas para todos, ya sean hombres, mujeres, indígenas, con capacidades diferentes, niños, niñas, etc.

Por eso hoy reivindicamos nuestro derecho, no sólo de ser tomadas en cuenta en todos los espacios públicos, sino de poder hacerlo sin que los resabios de la misoginia histórica nos hagan vivir con temor:

Temor de salir a la calle y sufrir violencia sexual, temor de no ser como lo dicta el estereotipo que inventó la mercadotecnia, temor de hablar en público y recibir burlas, temor de que nos tachen de putas por ejercer la sexualidad como lo haría cualquier varón, temor de que mis amigos puedan hacer cosas que yo no, temor de que me roben en la calle y hagan con mi cuerpo una película snuff, temor de que crean que me ascendieron en mi trabajo por acostarme con el jefe y temor de ponerme una minifalda y que los incontrolables penes masculinos obliguen a sus dueños a querer violarme.

Vamos a la Marcha de las Putas, el domingo 12 de junio a las 13:30 hrs. de la glorieta de la Palma al Hemiciclo a Juárez.

* San Agustín, Confesiones y De civitate Dei

**Discurso de Salvador Alvarado, gobernador socialista de Yucatán de 1915 a 1917.

1 comentario:

Carlos dijo...

Hola:

Ande pues, váyase con cuidado y por la sombrita. Ahh, y te cuidas de los Norberto's, los Emilio's, los Onécimo's, los Luis Felipe's y demás calaña.