Yo no quiero saber de coyunturas,
porque delante de mí hay una eternidad que quizá veré y detrás un
pasado inabarcable que puedo recordar a través de mis existencias
pasadas. Y si mi ser se extiende hasta la eternidad no importan las
plantas de mis pies, que andan descalzas aunque encuentre
repentinamente vidrios de botellas de cerveza y un asfalto
recalentado por el calor. Mi cabello no tiene por qué ir peinado, ni
lavado... es más, ni siquiera tiene por qué distinguirse un cabello
de otro si naturalmente tienden a juntarse y pegarse con las
secreciones de mi cabeza. Por eso dejaré que siga su naturaleza, pues sé que al igual que mi esencia, mi cabello no perecerá
aunque mi carne ya se haya desvanecido.
¿Y qué decir de mi rumbo? Si llegué a
este lugar sin proponérmelo y dejándome llevar al igual que en la
forma que salí del vientre de mi madre, tampoco tengo por qué
seguir indicación alguna para “ir”. No hay lugares determinados
para mí, porque ningún lugar es más lejano que el futuro infinito
y hacia allá me dirijo, por lo que no requiero pensar a dónde ir
como si un lugar tuviera más importancia que la eternidad. No soy
tonta, y entiendo muy bien que los lugares me están esperando a mí,
y no yo a ellos, asi que no haré nada más que esperar sin saber por
qué.