jueves, 31 de marzo de 2011

Se va marzo, agárrenlo por favor.

Mierda, se acabó marzo.

Ni cuenta me dí.

Voy a despedir el mes frente a mi escritorio, intentando ponerle punto final al proyecto de tesis que definirá en gran medida los próximos tres años. Como suele suceder, mi futuro próximo da inicio con una decisión estrepitosa.

Probablemente así es como suceden la mayor parte de las decisiones importantes de la vida.

Supongo...

martes, 22 de marzo de 2011

Iba a postear esto en Feisbuc, pero eran muchos caracteres. Para tuiter es impensable, y para blogger son pocos.


Aquí hago lo que me da la gana (bueno, casi, porque lo anterior iba a estar en el título, pero era demasiado y blogger no me lo permitió).

Abundan citas como estas, que por estar cargadas de adjetivos, no las incluí en la tesis (pero confieso que me habría gustado): "...sólo es posible sorprenderse de la falsedad e hipocresía del alto clero católico, que llamó públicamente a la rebelión de los cristeros la guerra santa del pueblo contra Satanás y sus servidores..." O esta, sobre la Iglesia: "La experiencia de muchos siglos al servicio de las clases explotadoras, su habilidad y capacidad de adaptación, le dictaron el único camino posible en el cual se podía conservar a sí misma y sus intereses".

jueves, 17 de marzo de 2011

"La Nana"


Comí en la cama, y dejé todo lleno de moronas. Me gusta pensar que vale pito, porque duermo sola en este cuarto. Ayer, por ejemplo, al parecer no había nadie más en la casa. De hecho es bastante recurrente que yo sea la única aquí, y sí, me la paso en medio de mi propia porquería, con mis hedores, mi mugre, mis cabellos en el piso, mi ropa sucia apestando y mi basura regada. Y me vale. No suelo ser tampoco tan cochina, pero limpio sólo lo absolutamente necesario.

Hace poco estuve pensando en eso, y recordé que cuando vivía con mis papás y comencé a tener tiempo libre, en la época en que me la pasaba “haciendo la tesis”, me dio por limpiar casi obsesivamente. Suponía que por estar en casa debía colaborar con algo, y lavaba los trastes, barría, trapeaba y ese tipo de cosas. Pronto me dí cuenta de que ese es un trabajo que nadie valora, hasta que se dan cuenta de que no está hecho y por lo tanto tienen qué reclamar. De hecho ese trabajo, el doméstico, es el menos visible, porque parece que no existe sino hasta que deja de hacerse. Por eso dedicarse a esa labor es realmente un martirio.

Muchas mujeres que dedican exclusivamente su tiempo a limpiar, son cuasi invisibles. Ya sean mucamas o “amas de casa” (mujeres dedicadas al hogar, suelen autonombrarse), realizan un trabajo extenuante que no deja una remuneración acorde con el nivel de trabajo que realizan, además de que pasan prácticamente desapercibidas por quienes disfrutan de sus “servicios”. Por eso la película que vi hace poco, “La Nana”, me pareció muy buena. Es una exploración de la cotidianidad de una Nana chilena que trabaja de tiempo completo para una familia acomodada.

Ella mantiene un relación con los patrones y sus hijos que, en sentido estricto, es solamente laboral, aunque en realidad es como “parte de la familia”. Ella quiere a los niños porque dedica su vida a cuidarlos como si fueran sus propios hijos. Los niños, además, la estiman porque es quien los ha criado, pero aunque hay una relación sentimental que los tiene unidos a todos, en realidad es una empleada que vive claramente subordinada, y no puede incluirse del todo en la dinámica familiar, lo que se evidencia cada tarde cuando, sentados todos en el comedor, ella come sola en la cocina, apareciéndose únicamente si alguien la llama, y para servir la comida que ella misma preparó.

Se quieren, pero todo ello a través del intercambio de un sueldo. Ella vive con ellos para que le paguen, pero en eso se le está yendo la vida. Tiene un sueldo, sí. Tiene un techo mucho más lujoso de lo que habría podido imaginarse, también. Tiene comida asegurada... pero eso no es un motivo para vivir, porque las desigualdades están presentes todo el tiempo.

La película es muy buena, porque retrata la ausencia de expectativas de una Nana que vive para servir a personas que ella estima, y que la tratan bien, pero jamás podrá ser parte de ellos. Por eso está sumamente insatisfecha consigo misma. No tiene nada más en la vida que una familia que la aprecia pero cuya relación no puede trascender nunca más allá que para la obtención de un salario.

Por eso ella sufre, porque es la invisible, y está sola, en medio de la familia perfecta. Pero sola, al fin y al cabo.

Ampliamente recomendable.

viernes, 11 de marzo de 2011

Emo en gerundio

Esta es la historia de una niña coloquial, que cada noche se ponía a escribir con abundancia de gerundios, aunque en realidad ella no sabía que utilizaba aquella espantosa muletilla, como tampoco sabía explicar cada tiempo verbal que incluía en sus escritos. Aún así gozaba con la descripción cotidiana de sus días, algunas veces largos y accidentados, y otras cortos y lineales.

Algunas veces comenzaba escribiendo acerca de su día cuando, repentinamente y sin proponérselo, añadía recuerdos muy lejanos en el tiempo. Otras tantas, se sorprendía a sí misma relatando cosas que no podrían caracterizarse como “acciones”, sino más bien como una especie de pensamientos o ideas, que iban más allá de la descripción somera y lineal de acontecimientos cronológicos, sucedidos en el tiempo y el espacio cercanos.

En ocasiones se le dificultaba mucho encontrar la palabra que pudiera explicar lo que tenía en la mente, y fue entonces que se percató de que las ideas no son palabras. Ya en otras ocasiones había pensado eso, cuando de repente se ponía a pensar en sus pensamientos. Sabemos que la expresión “pensar en sus pensamientos” es un tanto extraña, pero así sucedía. Era como sí la niña coloquial pudiera abstraerse por un momento de lo que pensaba, para pensar más bien en cómo pensaba. Por supuesto que aquella niña coloquial no podía saber que esa actividad era cotidiana entre los epistemólogos y epistemólogas; pero a decir verdad, precisamente por no saberlo, esa cuestión le tenía sin cuidado. Así que para nosotros tampoco debería tener relevancia alguna.

De repente, pensó que no podía poner con palabras las cosas que sentía, y supo que el lenguaje tenía muchos límites. Pero aún así, intentó describir sus sentimientos utilizando una serie de palabras que los seres humanos inventaron para nombrar las pasiones, tales como: “euforia”, “enojo”, “encabronamiento”, “felicidad” o “tristeza”. Sin embargo, estas palabras pronto le parecieron no sólo inexactas, sino sobre todo simplistas. Cuando ella ponía una frase como “hoy me siento triste porque leí en el periódico acerca de la riqueza incuantificable de un señor que, paradójicamente es delgado y obeso al mismo tiempo”, sentía que la palabra “triste” se quedaba corta ante la sensación que la invadía repentinamente. Entonces intentó adjetivizar las palabras, escribiendo cosas tales como “tristeza nauseabunda” o “intranquilidad nostálgica”, pero tampoco se acercaban a las cosas que sentía.

Fue entonces que recordó que desde que era aún más pequeña, la niña coloquial había intentado ocultar ese tipo de sentimientos en lo más profundo de su garganta, empujándolos con fuerza por debajo de su tráquea para que se perdieran en su estómago junto con todos los desechos que su cuerpo tendría que expulsar en algún momento. Quizá por eso cuando intentó que todos esos sentimientos salieran a través de sus escritos nocturnos, éstos ya habían seguido su recurrente camino fuera de su cuerpo, dejándola con la sensación de que no podía nombrar aquello que siempre se había esforzado por ignorar. Le resultó muy comprensible y normal su dificultad para hablar de cosas que no conocía, por lo que un día, al sentir una felicidad bastante intensa, se concentró en pensar cómo hacía para que ese sentimiento no se le escapara por la garganta. Lo hizo de esa forma porque podría darse cuenta de ese proceso sólo a través de ese sentimiento agradable. Estaba esperando sentir tristeza para hacer lo mismo que con la felicidad, esto es, esforzarse por que no se le escapara fácilmente. Pero no la encontraba. Se dio cuenta de que no podía ponerse triste así como así, y más bien tendría que esperar a que ese sentimiento llegara solo.

Supuso que no sería difícil encontrarlo de repente por las calles, porque éstas siempre están repletas de desazón. No se equivocaba y cuando atravesó la puerta de su casa, inmediatamente se le rompió el corazón.