lunes, 1 de noviembre de 2010

Distracción patológica.

Ya lo sabía: mi naturaleza tiende hacia el “papaloteo”, pero en los últimos días esa característica, que en algún momento resultó incluso divertida o intrascendente, se me está escapando de las manos. La cuestión es que suelo olvidar cosas, perder objetos, equivocarme de camino, caminar sin dirección, distraerme fácilmente… Es decir, soy dispersa, dispeeersaaa, por decirlo de una forma elegante.

Ya alguna vez escribí acerca de mis experiencias accidentadas al viajar en metro. De cómo me resulta sencillísimo perderme entre la masa siguiendo una dirección que no es la mía. Quizá es ahí donde mi dispersión se manifiesta claramente, porque en lugar de atender mi propio camino, me dejo llevar por la corriente hasta que pasa mucho tiempo para que me dé cuenta de que voy al revés. Pero esa es una actitud que, incluso, ya se me hizo costumbre, y hasta la tomo con gracia (cosa que no debería de ser, porque en vez de proponerme ser más hábil para andar en la calle, me río de mí misma y me siento un ser pintoresco y tranquilo en medio de una vorágine de gentes paranoicas).

El problema es que me estoy convirtiendo en una una maquinita de producción en serie de equivocaciones y accidentes. Hace algunos días, por ejemplo, quise entrar al depa y no encontré mis llaves. En mi mente tenía una imagen clarísima de que las había guardado en mi bolsa al salir en la mañana, por lo que concluí lúcidamente que las había perdido, cosa no poco extraña tomando en cuenta mi extraña habilidad para deshacerme involuntariamente de mis pertenencias. Al otro día saqué una copia de las llaves, y no problem, no se caba el mundo, ahí voy con mi repuesto por la vida lamentándome por haber perdido las anteriores, y pensando en que ojalá no las haya encontrado un psicópata desquiciado, o el chico que vive cerca de mi entrada, que extrañamente siempre está asomado en su puerta y se me queda mirando cada que salgo de aquí.

Total, unas llaves qué… Y pasan unos cuantos días, me pongo mi saco negro, meto la mano en el bolsillo y, ahí están! Las llaves que creía perdidas estuvieron todo el tiempo en la bolsa. Chinga!

La cuestión es que no me explico cómo diablos llegó a mi mente una imagen clarísima de mí, guardando las supuestamente perdidas llaves en mi bolsa. La nitidez del recuerdo me lleva a ser insegura hasta de mi propia memoria, porque ésta me inventa explicaciones lógicas que en mi subconsciente hacen que la distracción, que ya sé que padezco, encaje con mi seguridad basada en una memoria quesque fotográfica. Si mi propia mente se inventa historias para recrear mi distracción innata, una de dos: o no soy tan distraída como pienso, y más bien soy muy lúcida la mayoría del tiempo, pero no me doy cuenta por estar pensando en lo distraída que soy; o soy distraída por partida doble, porque hago cosas estúpidas que luego me explico a partir de invenciones que concuerden con esa distracción y cometo, por lo tanto, cosas doblemente absurdas, como el hecho de no perder las llaves, pero no recordarlo e inventar que las perdí por distraída, cuando en realidad estaban todo el tiempo frente a mis narices. Chet!

Todo esto va porque tuve que sacar repuesto, y ahora, tras mi accidente, tengo dos juegos que se preparan para ser perdidos en el lugar más recóndito de mis bolsillos. Quizá esas llaves sean halladas veinte años después, cuando ya me haya machacado demasiado la mente con la idea de que, al haber perdido un par de llaves en mi juventud, comenzó una fila interminable de sucesos que fueron definiendo en mi subconsciente la seguridad de que no podía sentirme segura ni de mí misma, y por lo tanto, el carajo me llevó ante la dificultad de confiar en mi memoria otrora fotográfica.

Mi impresonante habilidad para que se me vaya el pedo ya me está sacando un poco de quicio, y aunque ya la he cargado en mis hombros muchos años, en las últimas semanas se ha manifestado de formas burdas, riéndose de mí en mi cara y haciéndome ver que, de continuar con mi caótico pensamiento inconexo, me puedo caer un día en un hoyo que conozco bien, pero se me olvidó que estaba ahí por andar con la mente en los interminables soliloquios repentinos.

“Karla -me digo mientras bajo la escalera-, caminas hasta el kiosco y das vuelta a la derecha, ahí sigues el camino en el que habita el obeso mórbido que está siempre ahí sentado leyendo el publimetro. Sí, ese gordo que seguramente se desayuna tres cajitas felices con todo y juguete sorpresa, y está siempre frente al puesto de tacos en donde hay unos reguetoneritos que miran hacia el puesto de tamales mientras mastican su maciza con cuerito. Finalmente –continúo-, ellos son la manifestación de una generación sin expectativas en esta coyuntura sociopolítica de desconsuelo ante la falta de oportunidades, que necesitan satisfactores hallados, por un lado, en la comida grasienta que da un placer momentáneo y difícil de cubrir con otras cosas, y por el otro en una cultura de la violencia en la que los jóvenes tenemos un presente con espectativas cortas. Para qué vivir mucho y mal, si se puede intensear poco pero sabroso –pienso, mientras a mi mente viene la imagen de Nancy y Syd queriendo vivir rápido y morir pronto-.Y por eso me pregunto hacia dónde van mis propias expectativas del futuro, y me respondo que al menos tengo la certeza de que cubrir mis carencias con hedonismos burdos no me satisfarían, al menos no hoy”.

Entonces se me pasa el tiempo, y voy la mayor parte del camino sin darme cuenta en ningún momento de que mi bolsa está abierta, llamando a gritos a un faltodeempleo para que le meta mano, que mis llaves están en el lugar externo de esa misma bolsa, en donde no hay cierre alguno que las proteja, que ya se me acabó el dinero que traía en la bolsa, que el alto del semáforo apunta hacia una dirección por la que no voy yo, que el boleto del metro lo traía en el otro pantalón, que tengo que bajar las escaleras porque la dirección es la contraria, que ya me fui tres estaciones hacia el otro lado, que ya tengo hambre y no me traje mi manzana, que tengo que leer hoy tres textos diferentes cuyos temas no me importan mucho que digamos, que esta semana sí mando ese correo importante, que ya pasó un año desde que dije que mandaría ese correo importante, pero que ya pasó mucho tiempo para que lo mande, que me sigo machacando la cabeza porque perdí un objeto que no era mío, que se le acabó la pila a mi celular, que ahora sí mañana voy a la lavandería…

Y mientras eso ocurre, ya se me fue el camión.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Ji ji, apuesto que en un inicio planeabas escribir sobre otra cosa. Ni hablar. Buen texto... esperemos que terapéutico.

Lucía Malvido dijo...

¿Karla? Creo que sí era Karla. Una vez dejaste un comentario en mi blog que por maleducada o colgada no contesté, o quizá lo contesté de la manera más atenta y lo olvidé, porque esas cosas me pasan todo el tiempo a mí también y me resultó muy divertido leer la historia de cómo es que te pasan a ti también.
Me alegro de haberte reencontrado en tanto que ya olvidé qué era lo que estaba buscando.
Te mando saludos y seguiré pasando por aquí si es que todavía puedo abusar de la inasequible aspiración de afirmar algo :P!
=)! Lu

Anónimo dijo...

Hoy conocí un mucho de una chica que me está agradando bastante, me habló de "distracción patológica". Investigando un poco di con tu blog y tu texto. Gracias por haberme hecho entender un poco más del tema, y de ella. Saludos.