sábado, 10 de octubre de 2009

De vegetarianismo y excentricidades justificadas.

He soñado ya varias veces que estoy sentada a punto de comer y me traen un bistec. Entonces el sueño se torna pesadilla, porque me dicen que eso es todo lo que hay. No puedo pedir una ensaladita, ni unos nopalitos ni nada más. Sólo hay carneeee!!! Es pesadilla, porque por más que quiero, no puedo decir que no. Comienzo a masticar el pedazo de carne y siento como si estuviera en pleno proceso de tortura. Siento mucho asco, y termino escupiendo.

Llevo ya un tiempo sin consumir nada de carne. Comencé desde que tenía como 17 años, dejando primero la carne roja. Comía pollo de vez en cuando, y a veces pescado, pero desde hace aproximadamente un año (o será más?) decidí que no podía seguir en ese término medio: si quería optar por el vegetarianismo debía decidirme de una vez. Así lo hice, y me sentí muy bien al saber que puedo tomar el control de un aspecto como la alimentación siguiendo mis convicciones. No es una especie de prueba de resistencia o algo así, sino simplemente la puesta en marcha de una opción bien razonada que tomó tiempo en gestarse.

Ahora, teniendo mayor autoridad moral para pensar en el asunto del vegetarianismo, me han venido constantemente ideas a la mente acerca de la posiblidad que tienen los seres humanos para decidir asuntos tan fundamentales como el régimen alimenticio, que parece pertenecer más bien a los instintos. Si se puede tomar la decisión de vivir acorde a las ideas y dejando de lado las dificultades de pueden resultar de esa decisión, entonces uno parece saltar más allá de la inmediatez del entorno, y se convierte en un ser consciente de sus acciones.

Bueno, pues es por ello que comienzo a entender porqué algunas religiones, primordialmente las orientales, consideran el ascetismo (dejar de lado los placeres corporales, entre ellos el de la alimentación) para acceder a un autoconocimiento. Yo soy totalmente antiespiritual, pero he pensado ultimamente que eso que llaman “paz interior” “sabiduría interna” (y demás ambigüedades y juegos de palabras abstractos e incomprensibles para una persona sin alma, como yo) tienen que ver con el hecho de lograr prescindir de los estímulos que dan los sentidos para ver un poco más “hacia adentro” o yo diría, para empezar a oír la vocecilla que habla de vez en cuando dentro del cerebro y que suele decir cosas interesantes siempre que se le ponga suficiente atención.

En un mundo tan lleno de estímulos, inundado por todos lados de la promoción de los placeres (simplemente porque estos significan consumo), la posibilidad de pensar, simplemente de PENSAR, se vuelve la opción menos divertida, y también menos rentable. El vegetarianismo va en contra de la maquinaria que mueve al consumo irracional, porque significa una opción en la que se opta por la salud y lo más importante, por la consciencia, que entra en marcha al rechazar la muerte como un trámite para continuar la vida.

Pensar todas estas cosas me ha llevado a radicalizarme un poco, y aunque sé que a veces todas estas cosas suenan medio descabelladas, he pensado también que el consumo de carne fomenta el desprecio por la vida y la idea de que la especie humana es superior a otros seres,  llámense animales o sistemas naturales, y puede controlarlos según sus intereses. También se me ha ocurrido que comer carne hace brotar los instintos de caza, y con ello, la actitud violenta. No sé con certeza científica si estas cosas que se me ocurren son coherentes, pero al menos tampoco estoy científicamente convencida de lo contrario.

Observe la correlación entre la religión y la dietética. Los cristianos comen carne, beben alcohol, fuman tabaco; y el cristianismo exalta la personalidad, insiste en el valor de la plegaria pedigüeña, enseña que Dios siente cólera y aprueba la persecución de los herejes. Lo mismo pasa con los judíos, musulmanes. Kosher y el colérico Jehová. Vaca y ternero… y supervivencia personal entre los huríes, Alá vengativo y guerras sagradas. Ahora, observe a los budistas: legumbres y agua. ¿Y cuál es su filosofía? No exaltan la personalidad, no tratan de trascenderla, no imginan que Dios pueda estar colérico; cuando no son ilustrados creen que es compasivo y cuando lo son creen que no existe, a no ser como el impersonal espíritu universal. Por ende, no ofrecen plegarias de pedigëños, meditan… o en otras palabras, tratan de anegar sus espíritus en el espíritu universal. Por último, no creen en la providencia especial de cada individuo; creen en el orden moral donde la carta le es impuesta a uno por el conjurado pero solo porque las anteriores acciones de uno le impusieron al conjurado imponérsela a uno. Estamos aquí separados por varios mundos de Jehová y Dios Padre y de las almas individuales eternas. Resultado, claro está, de que pensamos según comemos.

Con los esclavos en la noria.

Aldous Huxley

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