jueves, 25 de diciembre de 2008

México: país de excomulgados.

El tema de la religión ocupa gran parte de mi espacio mental, y es que me obsesiona la idea de que se puede creer en algo que nunca se ha visto; que no se sabe si está; que parece ser bueno, pero no tanto; que está en todas partes, pero más en las Iglesias; que te esperará el día de tu muerte, pero no le podrás contar eso a nadie... Aclaro que como mexicana, estoy interesada por la religión católica, ya que sin subestimar a las demás religiones que crecen como hongos en este país, la católica sigue siendo la reina del baile en cuestión de culto. Debo decir también que no me interesa la parte espiritual, por dos razones: por hereje y porque sé que para mi es absolutamente imposible acercarme a esos temas, simplemente no lo entiendo y ya. Entonces veo el fenómeno desde el punto de vista social y cutural (económico también, pero de una forma muy rudimentaria, porque, también, me considero limitada -o tal vez sólo desinteresada- para entender esos temas).
Creo que hablar de la historia de la Iglesia católica como una institución determinante en la vida política, económica y cultural de nuestros tiempos, resulta necesario ante la emergencia de la clerecía como líder de opinión en asuntos públicos. Las razones han caído a mis manos recientemente, tras revisar un texto publicado por Historia Mexicana llamado "Historiografía reciente de la Iglesia Católica en México y Argentina" (el título tal vez no es el exacto, pero no tengo la referenmcia a la mano en este momento, lo editaré proximamente). La autora nos dice que la historia escrita durante el siglo XX sobre la Iglesia católica tanto en México como en Argentina, traza un proceso que ha pasado por tres etapas: la derrota, la revancha y los intentos por recobrar el papel que había tenido la Iglesia, principalmente en política, hasta antes de la Reforma. Esta visión del pasado de esa intitución nos habla de la idea de que la secularización es un proceso inevitable de la modernidad, lo que significa que la Iglesia ha perdido el importante papel que alguna vez jugó durante todo el siglo XX.
Ello, nos hace perder de vista que la cultura mexicana, ha tenido como un importante abrevadero a la moral católica, que sin duda ha constituido el referente privilegiado de gran parte de la sociedad mexicana, incluyendo a la clase política.
Esta cuestión resulta relevante en estos tiempos por una razón muy simple: desde el triunfo del PAN en el 2000, la Iglesia ha dejado de ser el ente aparentemente ajeno de la política, para ir cobrando cada vez más fuerza, con gobernantes que se declaran abiertamente católicos (cosa que no pasaba desde que Ávila Camacho se declaró católico).
Sin embargo, las contradicciones de esta situación saltan a la vista: en un país con pluripartidismo, que avanza hecia la democracia, o por lo menos, hacia la pluralidad de opiniones, la Iglesia arremete a cada momento declarándose en contra de muchas iniciativas por fomentar la diversidad, como las sociedades de convivencia, la legalización del aborto, ahora las propuestas para legalizar la marihuana, etc. El Estado laico es un hecho irredimible, pero parece ser que de nuevo se acercan hacia la revancha: diputados panistas ya se manifestaron por permitir que los sacerdotes puedan tener un puesto de elección porpular, revirtiendo los esfuerz0s de los liberales decimonónicos por sacar formalmente -recalco formalmente- de la política.
“El problema es que muchos políticos olvidan que su autoridad proviene del pueblo y acuden a las instituciones religiosas para buscar legitimidad, otorgándoles un poder que no tienen. Cuanto esto ocurre se afecta el principio de legitimidad democrática de la autoridad política, porque mina su propia fuente de autoridad, que es la soberanía popular. Es una especie de harakiri para la democracia y para el poder político”. Por ello, el Estado laico está obligado a defender la libertad de conciencia, la igualdad de los ciudadanos y la autonomía de lo político frente a lo religioso; para que estas condiciones se cumplan es necesario que la voluntad mayoritaria del pueblo no vulnere el respeto a los derechos de las minorías religiosas, sexuales o políticas*.

Bernardo Barranco, "A mayores libertatdes laicas, mayor democracia", La Jornada, 5 de Marzo de 2008. (La cita de la cita es de Roberto Blancarte, Sexo, religión y democracia. Esa será mi próxima lectura!!!)

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