sábado, 27 de octubre de 2012

Un chicle en el sillón

Cada mañana mi perro me despierta con movimientos leves que aumentan hasta que, literalmente, brinca encima de mi. Si no atiendo sus exigencias con premura, su esfínter se apodera de todo su cuerpo y llora, rasca y pide a su manera que ya lo saque, pues como buen ser urbano domesticado salvajemente por la más brutal animalidad humana, aprendió a porrazos [que, aclaro, yo jamás le propiné pues lo adopté así de ‘educado’] que no debe mear ni cagar dentro de la casa. Ese, señores, es mi despertador ecológico, preciso y orgánico.

Esta fue una mañana cualquiera en la cual mi hermoso perro me despertó con sendos chillidos para que lo llevara a dejar su rastro en la banqueta. Y yo, como cada fin de semana, iba arrastrando los pies lagaña en ojo y con una bolsa de plástico en la mano dispuesta a volver cuanto antes a mi cama, cuando justo en la entrada de mi vecindario me encontré con la adorable vecina que estaba literalmente hasta las manitas, para decirlo con claridad. Pretendía hacerme la invisible para cumplir mi objetivo inmediato de regresar a jetear un rato más pero apenas me vio, la vecina, que portaba oronda una camisa morada parecida a un camisón, me comenzó a hablar.

-Hermosa, ¿cómo estás? Quédate un rato, ¿no quieres? – dijo, mientras me ofrecía con gran amabilidad un vaso con refresco y Rancho Viejo, mismo que me habría bebido sin pudor de no ser porque eran las 8 de la mañana y mi cultura etílica por el momento no es tan extensa.

-No, muchas gracias, es que ando todavía medio dormida- dije. Y me presentó a su hijo, un flamante ingeniero cuarentón que sabía recitar poesía.

Sobra decir que en la entrada del vecindario no había música, y que amenizaban su mañanera juerga con más sofisticados mecanismos.

Poesía, sí.

-¡Recítale la del chicle!- dijo uno de los madrugadores presentes.

Y no sin hacerse un poco del rogar, el hijo de la vecina comenzó a recitarme la del chicle, poesía que hizo llorar a su madre, mientras yo discretamente retrocedía un poquito buscando desafanarme de alguna forma de una peda que no era mi peda. Mientras, mi perro olía los árboles cercanos y andaba con la nariz  pegada al suelo y yo bostezaba con discreción para no ofender a los presentes.

“La poesía del chicle” [recreación]

Un chicle en el sillón/extrañarás cuando esté ausente/pues tu hijo ya creció/y vuela libre ya sin verte/Tienes lágrimas en los ojos/de haberlo visto salir/y añoras revivir los años/en que estaba junto a ti/No llores madre mía/ya no hay chicle en el sillón/pero tienes la alegría/de los nietos que dios te dio.

La entonación del ingeniero poeta era perfecta, y de no ser por los tambaleos constantes, la escupidera inconsciente y el vaso que derramaba su contenido ante el manoteo, la declamación podría estar en un video de youtube y recibir miles de visitas de personas que gustan de la poesía, buscan una estética peculiar en sus reflexiones y tienen los valores tradicionales y ejemplares dignos de Paco Stanley.

Yo me quedé un rato más y aplaudía contenta ante cada nuevo poema, y aunque me declaro muy poco hábil para conversar con personas ebrias mientras yo no lo estoy, creo que fui una buena escucha aquella vez que la fiesta de mis vecinos extendió sus brazos hasta las horas mañaneras en que mi precioso y cagón perro salió a dejar huella en la calle.

3 comentarios:

Carlos dijo...

Ohh, lloré de la risa y del sentimiento con semejante pedazo de poesía.
Es más, es tan surreal y urbana esta narración que estoy casi convencido de que el autor de aquellos versos es el mismísimo Armiados Güeva Vil, protagonista de "El Diario Íntimo de un Guacarrocker", novela digna del nobel.
Saludos

Alandroide dijo...

jajajjajjajajajjajaja una experiencia que, escuchada de otras personas y no experimentada por uno mismo, es por demás jocosa. Y bueno bueno, ¿Regresaste a jetearte otro rato?

Karlyle dijo...

Me regresé a jetear y, afortunadamente, no soñé con Paco Stanley.