sábado, 30 de junio de 2012

Ya es 1ero de julio


Comienzo a escribir esto cuando faltan sólo diez minutos para que empiece el 1ero de julio y la jornada electoral, tan esperada y al mismo tiempo tan temida por representar una coyuntura especialmente efervescente, al menos entre quienes, como yo, guardamos en la memoria pocas campañas porque somos jóvenes. Además, de manera casi espontánea y casual, la "juventud", término que pretende abarcar a un sector de la población sólo por su edad cuando en realidad guarda en su seno a una pluralidad incuantificable, pasó a ocupar un lugar importantísimo en las agendas noticiosas, y es que además de representar una gran porción del padrón electoral, la juventud se atrevió a romper la percepción pública que había inventado la idea de que no le interesaba la política sino que prefería ocupar su tiempo en otras cosas menos espinosas y más agradables, y no en ese mundo supuestamente lleno de barreras infranqueables y aburridas.

Inevitablemente el movimiento juvenil hizo una reflexión del "retorno al pasado" que implicaría el regreso del PRI a los Pinos, como una fatalidad que vendría en detrimento del lento, lentísimo avance de este país por la senda de la democracia. Se pensaba, sin embargo, que muchos jóvenes no estaríamos tan conscientes de esa situación porque no nos tocó vivir la corrupción y la represión del partido oficial en su máximo esplendor, pero... aún así brilló un interés por no retroceder hacia ese pasado que se avisora como oscuro e inminentemente probable ante instituciones que han acentuado las injusticias en este país neoliberal.

Y ante este panorama, me fue imposible no recordar mi propia experiencia como joven votante que tiene un interés muy acentuado por lo que pasa en la política, gracias a su casual estadía en un momento histórico propicio para ello. Y así entonces, pienso, todo comenzó un 6 de febrero del 2000, cuando en TV vi que la UNAM había sido tomada por policías y granaderos dando fin con una huelga que llevaba ya nueve meses. Yo estaba por entrar a la prepa y ese hecho fue decisivo pues mi ingreso a la educación media superior estuvo marcada por un ambiente de efervescencia política. El ambiente olía a zapatismo, a globalifobia y a democracia. Aunque no una de tipo institucional, sino democracia de horizontalidad y de participación, de activismo y de consignas que ensalsaban a la rebeldía como una ideal forma de ser. Siendo adolescente, estar ahí fue como entrar a un mundo mágico, con reglas muy difusas que podían cuestionarse y romperse si no me satisfacían. Y de ahí especialmente recuerdo una lectura, muy confusa en su momento pero que al paso del tiempo me fue llegando poco a poco, el "Votán Zapata", texto sumamente complicado pues estaba lleno de metáforas para mí incomprensibles que reivindicaban un poder desde abajo, que sería como un arcoiris y hacía camino al andar.

Más allá de que años después el neozapatismo me fue dejando más dudas que respuestas y más cuestionamientos y críticas que afirmaciones, en cierto momento de mi vida fue importante, pues era la rebelión por antonomasia de una juventud que había vivido la decadencia del sistema priísta y el advenimiento de la alternancia política como una situación que no contribuía con aminorar los problemas sociales, sino que incluso los ocultaba, los extendía y los acrecentaba. Y entré a estudiar Historia, creyendo en los mitos oficiales de nuestro pasado, con una playera de Quetzalcóatl esperando conocer mucho más sobre las injusticias del pasado y los típicos lugares comúnes de "visión de los vencidos". Pero las cosas se me complicaron aún más, pues más que aprender Historia como tal, aprendía las diferentes visiones del  pasado, sus causas, sus contextos, y la relatividad de las interpretaciones de lo que ya fue y no se puede ver ni tocar, porque está extinto. Por eso me dí cuenta de que no se podía enarbolar una interpretación única, de que incluso la "justicia" es relativa, y de que es necesario criticar y criticar hasta el cansancio. 

Vinieron las elecciones del 2006, yo desconfiaba todavía de la política institucional y podía recitar casi de memoria las razones por las que las insituciones liberales estaban históricamente unidas con la burguesía y con la injusticia social. Pero aún así sabía que ese mundo de políticos era producto de un empoderamiento social, muy limitado, pero que dejaba canales de acción que en otros momentos históricos eran impensables. 

Y poco a poco dejé el radicalismo de la adolescencia para ver lo posible, lo real y contraponerlo con lo ideal, con el anarquismo que suena muy bien en la teoría pero que es imposible en nuestro panorama. Algunos dirían que me conformé, pero yo digo que crecí en mi perspectiva y mi horizonte de posibilades, suprimiendo los deseos irrealizables. Por eso voté por la izquierda, por AMLO, en 2006 a sabiendas de que su proyecto político disgustaba a la oligarquía (término por demás llevado y traído, que en concreto son los empresarios y los políticos ligados a éstos que tienen gran poder en este país) muy indignada porque lo intentaron desaforar, le hicieron un cínico fraude y se impuso a un presidente espurio que le trajo más de 70 000 muertos al país en un sexenio. Lamentable. 

Hoy, a horas de que inicie la elección me siento particularmente triste por las múltilpes inequidades en la contienda electoral, mismas que igual que en el 2006 estuvieron presentes de manera escandalosa incluso desde antes de que iniciaran las campañas, con la construcción artificial y anticipada de un candidato a todas luces represor, inepto, ignorante y plástico: el señor Peña Nieto. El movimiento estudiantil, mismo en el que no pude participar más allá de las marchas debido a las exigencias de la maestría, puso el dedo en la llaga: el problema es la administración de la ignorancia que hace de la democracia un juguete al mando de quienes mueven la percepción pública, el problema son las televisoras, dedicadas a reforzar estereotipos y una moral conservadora, una percepción muy básica de la realidad y una sociedad de consumo. Aunque personalmente no veo que el movimiento estudiantil pueda tener gran trascendencia en la lucha social más allá de las elecciones, fue un honor haberlo visto nacer en las redes, haberme nutrido de esa catársis colectiva y oír los gritos simbólicos contra esta democracia que tiene más límites que canales de participación ciudadana. Y espero con todo mi corazón que en unas horas se demuestre que la sociedad mexicana está dispuesta a pensar por sí misma y a elegir la inteligencia por encima de la guapura y el espectáculo.

Soy pesimista, sin embargo, y es toda una lástima para mi estado de ánimo actual. 

Mañana veremos...

1 comentario:

Carlos dijo...

Así es Karlis, con el paso de los minutos parece que se acumula un poco de rabia, otro tanto más de incredulidad y un bastante de indignación contra todo este proceso tan desaseado. ¿Será necesario caer un poco en el desánimo y de allí tomar bríos pa'delante?
Saludos