martes, 12 de abril de 2011

Fui al Vive Latino

Luego de tres días consecutivos de fiesta clasemediera en el Vive Latino, vuelvo a la dinámica común. Mientras estaba en el Foro Sol, no podía dejar de pensar en la enorme brecha que hay entre este evento, y los conciertos masivos que frecuenté casi obsesivamente en mi adolescencia.

Sin duda puede rastrearse la influencia de festivales similares de otras partes del mundo, e incluso de aquí mismo, con el hito de Avándaro; pero creo que el Vive Latino podría considerarse un producto mercantilizado de los múltiples conciertos autogestivos que se hicieron desde finales de los noventa, como resultado de un contexto de gran politización juvenil: estaba la presencia totalmente activa y casi incuestionable del EZLN, la moribundez del PRI en el gobierno federal, la Huelga de la UNAM y la aparición de conceptos como “globalización” y su contraparte: la “globalifobia”. Además, en el Distrito Federal la oferta cultural masiva estaba en apogeo. Recuerdo que ir a un “concierto al Zócalo” era muy común.

Por eso los conciertos que me educaron en el arte de la música y el desmadre, estuvieron totalmente llenos de política: todos éramos neozapatistas, globalifóbicos, antipriístas y contestatarios; aunque no tuviéramos ni siquiera edad para ejercer la ciudadanía, o una mínima idea del significado de la palabra globalización. Aún así, ir a conciertos donde se escuchaban goyas que terminaban con “educación pública y gratuita”, o tomar por la fuerza un camión Ruta 100 que llevara a un montón de adolescentes gritando consignas clásicas como “si Zapata viviera” o “educación primero, al hijo del obrero, educación después, al hijo del burgués”, fueron dejando una impronta en cierto sector de la juventud, con una rebeldía que parecía estar dando frutos y tener motivos comúnes por donde marchar.

Disfruté mucho de los tres días del Vive, escuchando música de calidad y bailando desaforadamente. Sin embargo, la idea de que estaba presenciando en su máximo apogeo a la industria que logró capitalizar el discurso rebelde del “rock” hacia cauces inofensivos (y muy, muy lucrativos) de repente me provocaba cierto desencanto. Quizá el momento cumbre de mi desazón fue cuando los “VIP” comenzaron a gritar “jodidos”, dirigiéndose hacia los que estábamos debajo. Sé que eso no era más que una forma de pasar el tiempo, mientras llegaba la otra banda, pero yo no podía dejar de pensar en el significado simbólico de tal escena. Recordé los análisis culturales que hacen los estudiosos de la época novohispana acerca de la posición estratégica de los gremios en las procesiones, o de los lugares que ocupaban los diferentes estratos sociales en los autos de fe inquisitoriales, y no pude dejar de pensar en cómo la zona VIP es una metáfora perfecta de las diferencias sociales tan abismales que tenemos nosotros. Gritar jodidos y aventar objetos hacia “los de abajo”, era una afirmación violenta de su estatus (realmente violenta, porque vi cómo frente a mí una chica comenzaba repentinamente a sangrar de la cabeza por algún proyectil que le cayó encima).

Tema aparte es la publicidad en el evento. Había muchas formas de publicitar productos. La más común y consabida: mujeres. Ahí estaban las chicas Indio vestidas de indias (al estilo Pocahontas, supongo que serían indias de una tribu cool de norteamerica), las chicas Vans platicando con la gente acerca de la comodidad de sus tenis, las chicas Axe vestidas de azafatas siendo irremediablemente atraídas por un olor a Lavanda, o las chicas Marlboro, intentando vender cigarros preguntando a todo el mundo ¿tú fumas? Incluso había chicas Greenpeace y chicas Amnistía. Los culos venden.

Suele suceder que, pensar en esas cosas, me provoca el desencanto hacia el rock como arte. Supongo que es normal, y simplemente se está aprovechando una plataforma para un proyecto de difusión cultural. No lo sé. Supongo que, en ocasiones, debería pensar menos y disfrutar más.

Bandas que vi, en estricto orden cronológico:

Estrambóticos, Los de Abajo, Tokyo Ska Paradise Orchestra, Fobia, Charly García, Jane's Addiction, Sepultura, Nortec, San Pascualito Rey, La Gusana Ciega, Los Pericos, Jarabe de Palo, Los Bunkers, Los Enanitos Verdes, Caifanes, Devotcka, Toño Zúñiga y Alfa & Omega, Fidel Nadal, Telefunka, Omar Rodríguez, La Mala Rodríguez, 2 minutos, Adanowsky, Charly Montana, Babasónicos, The Chemical Brothers.

Y la película mexicana "De veras me atrapaste".

Pd. Las "chichis pa' la banda" me causan sentimientos encontrados. Luego me explayo.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Yo ví dos-tres bandas que, medio chaquetamente, protestaron por "la situación en México". Pero tienes razón, ya no es como en nuestros tiempos; aunque tampoco veo muy claro hacia dónde llevó la politización de la adolescencia rockera de finales de los 90. ¿Qué queda hoy de todo aquello? Que cada quien revise su biografía.
Un abrazo.

PD. Te perdiste de Los Coronas, ri-fa-do-tes.

Carlos dijo...

Saludos:

Órale, parece que, sin querer queriendo, buena parte de la bandita se lanzó al Vive Latino.
Repito lo que dije en el blog de N.Lo: estaríamos mejor con López Obrador. ¿Dónde quedaron aquellos conciertos del Zócalo? ¿Enterrados bajo los proyectos del carnal Marjelo? ¿En el baúl del olvido?
Lástima

Alandroide dijo...

Siempre he pensado que el rock (como materia pura de rebeldía) murió por allá de los 70s y su cuerpo putrefacto fue rellenado de dinero y revivido en los 90s para prostituirse y vender con el una imagen vacía (pero tampoco te preocupes por eso, tú disfruta).

Sé feliz!

Karlyle dijo...

Sí disfruto, pero eso no implica que deje de pensar...