viernes, 18 de noviembre de 2011

Bolígrafo


La semana pasada me encontré un bolígrafo. Fue un hallazgo sumamente afortunado porque apareció en mi vista repentinamente, en una tarde calurosa mientras me dirigía a la biblioteca sin ningún instrumento con el cual escribir. Por eso fue un golpe de suerte verlo ahí, tirado en el piso y abandonado a su suerte.

Al principio temí recogerlo, porque creí que probablemente su dueñ@ inicial podría estar cerca, verme levantarlo del piso, y reclamarme violentamente mi pretensión de robo flagrante. Pero en tres segundos tomé la valiente decisión de olvidarme de ese temor, y logré la hazaña de rescatar la vida en riesgo de aquel solitario bolígrafo, que podría ser aplastado por algún distraído caminante desinteresado por las letras que éste resguardaba en su tubo interior.

Deben ustedes saber que todo bolígrafo tiene un tubo interno, que aunque a simple vista parece irrelevante, en realidad es fundamental porque ahí están contenidas un montón de ideas. Cada vez que una persona toma un bolígrafo, éste cobra vida y comienza a expulsar los trazos que tiene guardados. Pero la verdadera magia inicia cuando esos trazos inconexos toman forma de letras que luego se convierten en palabras, que a su vez conforman frases o hasta párrafos completos!

Por eso no podía permitir que las letras que estaban dentro de ese bolígrafo fueran asesinadas por el anónimo caminante, así que me atreví a recogerlo y fui inmediatamente a la biblioteca para saber lo que contenía. Emocionada, tomé el bolígrafo con mi mano derecha y lo puse en una hoja de papel para que comenzara a hablarme. Fue entonces que descubrí con mucho asombro que la pluma tenía en su tubo interno un montón de palabras que, coincidentemente, estaban relacionadas con las cosas que yo estaba pensando en ese momento: las relaciones iglesia-Estado a mediados del siglo XIX.

Pensé, cuando comenzó a sacar sus letras, que la mejor forma de estudiar era escuchar con atención a aquél flamante bolígrafo al que le salvé la vida.