jueves, 24 de febrero de 2011

Ay nanita!

Tuve una pesadilla. Soñé que iba en bicicleta por Insurgentes, creo, en la glorieta donde da vuelta el metrobús, para ser exacta, y repentinamente las calles se hacían intransitables moviéndose de su lugar cual olas de asfalto. Y yo en mi bici no podía mantener el equilibrio. Después tuve conciencia de que era un sueño, pero no sucedió como en otras ocasiones, en que sé que sueño pero sigo en una trama onírica, incoherente, divertida e hilarante; sino que me sabía acostada aquí, en esta misma cama desde donde ahora mismo estoy escribiendo. Estaba oscuro, yo estaba tapada con mis cobijas, y de mi lado izquierdo, en donde está el borde de la cama que no está pegado a la ventana, escuchaba un ruido ensordecedor y horrible. Podría haber sido el de una máquina ruidosa o el de un objeto siendo aplastado. Y me asustaba, era muy fuerte, y yo sola en mi cuarto, no podía discernir si de verdad estaba dormida o despierta, ni de dónde podía venir ese escándalo. Además ,no me podía mover. Extrañamente me sabía acostada, sabía que era de noche, sabía exactamente en qué lugar de mi cama estaba, pero no podía despertar del todo.

Fue uno de esos momentos que hace algún tiempo perseguía con anhelo, cuando quería volverme onironauta, es decir, dormir y poder controlar mis sueños, alcanzando cierta lucidez estando dormida, sabiendo que estoy soñando y, por lo tanto, con la conciencia de que puedo hacer absolutamente cualquier cosa que me plazca, simplemente porque en los sueños no hay límites. El problema era que aunque sabía que estaba durmiendo, no podía despertar, y estaba en una especie de término medio entre el sueño y la vigilia, porque sabía dónde estaba, pero no podía moverme.

Lo que intenté hacer durante mi pesadilla, fue gritar. Lugar común. Pero no podía. Intentaba articular las palabras y no me salían, me pesaba la quijada, la garganta no me respondía, y debía hacer un esfuerzo sobrehumano para que al final, ningún sonido saliera de mi boca. No sé si logré o no gritar, y finalmente cuando me desperté por completo, ví que el sonido que me asustaba no existía. Todo era silencio, yo estaba plácidamente dormida, pero con mucho frío que no se me quitaba y no me dejaba dormir. Aunque el frío es común en mí, anoche tenía puesta bastante ropa y las mismas cobijas que en otras ocasiones me provocan mucho calor.

Fue raro, y lo único que hice fue enroscarme en mí misma, y tratar de seguir durmiendo. De por sí me había dormido tarde anoche, después de las 12:00, y me desperté de madrugada. Supuse que me levantaría muy tarde, por la desvelada, pero no. Me desperté como siempre, aunque al final no tuve ganas de ir a correr.

“Que se te sube el muerto”, le llaman popularmente a ese fenómeno nourológico en el que se está en un término medio entre el sueño y el despertar. Simplemente eso. Pero qué pinche culero se siente, caray!

Y todo comenzó por mi reciente temor tras haberme caído de la bicicleta. Pero no me caí yo solita, me tiró un taxista lerdo que abrió la puerta de su carro justo cuando yo iba pasando a su lado, cual bólido ultrasónico. Hasta el aire me sacó ese madrazo, pero estoy autoterapeándome usando la técnica conductista más sofisticada: hacerle frente a mi miedo y meterme en mi bici hasta en los pequeños recovecos que quedan entre los autos y la banqueta.

lunes, 7 de febrero de 2011

De variedá

  1. 25 de enero: Iba caminando rumbo al metro Bellas Artes, y decidí entrar al Sanborns en busca de una gelatina, porque últimamente me he vuelto una consumidora compulsiva de ese alimento antivegetariano que me hace romper con una de mis convicciones más rígidas. Me compré una gelatina de yogurth de fresa, que dentro de mi estrecha dieta anticárnica y fanática de los sabores dulces, significa un sacrilegio. Entonces salí muy contenta con mi gelatina en la mano izquierda y una cucharita de plástico en la derecha, y estaba a punto de abrirla para darle la primera probada que me llevaría a la gloria cuando, repentinamente y sin saber de dónde, se me acercó con una actitud imponente y amenazadora un indigente, de esos que suelen rondar por el centro, y estando muy cerca de mi cara me pidió un peso. Sin siquiera hablarle, hice algún gesto negativo que, probablemente, se tradujo en una mueca de desagrado (digna de ser denunciada con el CONAPRED). Aunque mi reacción automática fue la de acelerar el paso ante esa figura grotesca, por amenazante, en un segundo y sin que yo pudiera hacer nada, el indigente descargó su ira contenida en mí, y me golpeó con fuerza, dirigiendo su golpe a mis manos, con las que yo atesoraba mi gelatinita sin probar. Lo único que quedó fue una gelatina deshecha en el piso, y yo todavía con la cucharita de plástico en la mano me fui de ahí rápidamente, ante la mirada sorprendida de quienes presenciaron ese espectáculo, pensando en cómo mi actitud, aunada a la locura de un ser caído en desgracia, fue la que me hizo recibir ese golpe. Pensé en lo irónico del asunto: verme a mí misma salir de un Sanborns (el templo de la riqueza incuantificable y siempre en aumento de uno de los señores más ricos del mundo), con un postre en la mano, y sin hambre, recibiendo un golpe de manos de uno de los seres que ejemplifican con sufrimiento las injusticias surgidas de este sistema económico. Entonces pensé en lo poético del asunto, y me sentí una testiga que logró tocar de frente y sufrir vivamente las consecuencias del capitalismo. Con ironía pienso que eso me hace una víctima más, que no pudo difrutar su azúcar a gusto por culpa de las injusticias sociales.

  2. 1 de febrero: Acabo de escuchar la noticia de que atraparon a un tal Gómez Vázquez, “el gato”, supuestamente uno de esos “cacas grandes” del narco, y no pude evitar pensar indmediatamente en Vázquez Gómez, que era el candidato a la vicepresidencia, junto con Francisco I. Madero en las elecciones de 1910, en las que ambos serían derrotados por Don Porfirio. Inmediatamente me percato de que más allá de la coincidencia en los nombres, una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra. Y es entonces que pienso en cómo la historia se ha convertido en mi referente primordial, no sólo para explicarme cosas del presente, sino como un cúmulo de alusiones que, como en este caso, están totalmente desfasadas. Pero eso sólo me deja ver que mi cerebro ya está determinado, cual perro pavloviano, a pensar sólo a través del pasado.

    Por ejemplo, ayer, pensando acerca de la enorme cantidad de muertos que van en este sexenio, y de la noticia de que el 25% de las ciudades más violentas del mundo son mexicanas, sólo pensaba en cuántos habrían sido los muertos de la revolución mexicana (dato que desconozco) y que las estimaciones más exageradas dicen que en la llamada “época del terror”, posterior a la muerte de Luis XVI durante la revolución francesa, hablan de unos 40 000 muertos. En México, en lo que va del sexenio ya se contabilizan tantas personas, que podrían llenar el Palacio de los Deportes, además de que el número de desaparecidos es igualmente escandaloso.

    Y esos datos se vuelven tan cotidianos, que la costumbre termina derrotando a la indignación.

  3. Fecha indistinta: El Centro Histórico es una fiesta sin cover. Frecuentando el centro histórico con regularidad, es posible captar el increíble museo viviente (o zoológico humano, da igual) que éste lugar significa. Gracias a que recorro sus calles con la diligencia necesaria para aprehender un poco de su peculiaridad, ya puedo identificar a muchos de los naturalesdestastierras. Por ejemplo, los bailadores que parecen sacados de la película fichera más hilarante, que cada fin de semana se adueñan de la Alameda con la cumbia más popular de fondo. La moda que ostentan hace juego perfecto con los pasitos de un baile ya desaforado, ya peculiarmente rítmico, que manifiesta la existencia de un mundo subterráneo que deja ver que cualquier cánon de comportamiento “socialmente aceptado”, es en realidad un espejismo aburrido e incoloro. Yo suelo pasar los domingos y disfrutar locamente del espectáculo hilarante que me resulta exótico simplemente por lo poco común que es a mi visión cuadrada y típica.




4. Hoy: Me puse a escuchar noticias, y me encontré con la novedad de que cesaron del aire el programa de Carmen Aristegui, lo cual me parece una evidente muestra del temor y ámpula que estaba levantando entre la clase política. Creo que sí estaba volviéndose bastante incómoda. Cómo sea, el debate en torno al papel de los medios de comunicación en este contexto de nuevas formas de transmisión de mensajes, es muy interesante, e incluso creo que lo que estamos presenciando es una especie de “revolución” en la teoría y la praxis política, a partir de la existencia de canales de información más incluyentes.
Y todo por hablar sobre el alcoholismo de Felipe Calderón, que lo acerca todavía más a la figura ilegítima de Victoriano Huerta.

5. Hoy rompí mi espejo.

Huevos!!