jueves, 15 de julio de 2010

De Bicentenario hasta el copete

Hace algunos días fui a ver la exposición Cine y Revolución, que se presenta en el Museo de San Ildefonso dentro del marco de los “festejos” del Centenario y Bicentenario. Se trata de un recorrido muy entretenido (con hartas pantallas y toda la cosa) por la producción cinematográfica del siglo XX en torno a la revolución mexicana. Está muy intetresante, porque lleva a los espectadores a observar el cine como una forma privilegiada de inventar un hecho histórico en la conciencia colectiva.

Es que los medios audiovisuales, desde su creación, fueron materia importantísima para difundir mensajes, y la política, que estaba vedada para grandes sectores de la población antes de que la “democracia” se considerara la solución a todos los males, fue muy pronto llevada al campo de las pantallas, haciendo llegar a muchas personas una ventanilla pequeñita de los avatares del mundo del poder. El cine también funcionó en este sentido, y todas las hartas películas que se hicieron acerca del tema de la revolución eran una forma de hacer política, porque daban un mensaje al “pueblo” acerca de un hecho histórico que se consideraba punto de partida del régimen. En el discurso gubernamental del siglo pasado, este tipo de películas justificaban la legitimidad de los herederos del poder porque… si sus antecesores peliaron allí, en ese hecho tan importante, resultaba obvio quienes eran los más indicados pa gobernar no?

Los medios audiovisuales, principalmente la televisión, son ahora fundamentales en la política, tanto que la lucha por el poder se desenvuelve más en ellos que en cualquier otro espacio. Y este año, además de servir a las pasadas campañas electorales, son la forma privilegiada de difundir todo lo que tiene que ver con las cacareadísimas conmemoraciones, que también forman parte del discurso político.

Aunque la cronología histórica marca en un mismo año dos efemérides que, se supone, dieron “orígen y rumbo” a esta nación, la enorme campaña que está realizándose desde un gran número de instituciones (tanto públicas como privadas) ha privilegiado la “celebración” de la Independencia. Según mi percepción, la palabra Bicentenario suele ser la más mencionada en lo que a conmemoraciones se refiere, con lo que el recuerdo de La Revolución (ajúa) ha quedado en cierta medida opacado ante el movimiento que, nos dicen, comenzó un 16 de Septiembre en algún rinconcillo del país, encabezado por un curita calvo que alebrestó a los indios con la Virgencita en la mano.

Quizá es mi paranoia la que me hace pensar esto, porque yo siempre quiero encontrarle tres pies al gato, pero según recuerdo en la mayoría de los comerciales de televisión, de radio, carteles y demás, casi siempre se menciona la palabra Bicentenario, como si ésta englobara a las dos fechas. Y sería un detallito sin importancia, de no ser porque la “celebración” como nos llega a la mayoría de los mortales (quesque ciudadanos) está basada en los principios mercadotécnicos más simples, en los que la difusión del “mensaje” (la mayoría de las veces el mensaje es simplemente ¡compra!, y ese ya lo tenemos tan introyectado que nomás nos tienen que poner en frente algún nombrecillo de una marca) se hace con repeticiones constantes que nos clavan como taladro una idea en el subconciente. Esa repetición hasta el copete es tan eficaz, que los medios encargados de hacerla se hacen ricos vendiendo el “tiempo” que alguna marca está “al aire”, ya sea en tv, en radio o hasta en anuncios que inundan las calles. Entonces, mencionar más la palabra Bicentenario implica que ésta quede más en la mente de la gente que la palabra Centenario.

Y según yo, se ha privilegiado la palabra Bicentenario para designar a esta celebración porque el discurso revolucionario ya no tiene vigencia suficiente para legitimar a los que están en el poder, y más bien por el contrario, nos recuerda que las condiciones del país no están pa andar celebrando desaforadamente lo bien que estamos, o para agradecerle a nuestros próceres más rebeldes que su lucha dio frutos.

Pero bueno, yo con mis paranoias lo que quería era contar mi anécdota del museo, que comenzó cuando entré a una sala en la que se recrea un estudio cinematográfico como en los que se filmaron algunas escenas del cine de la revolución. Ahí había un camarógrafo de verdad, y lo primero que pensé fue que estaba chida la idea de que además de la escenografía, al curador se le hubiera ocurrido poner ahí a una persona a fingir que grababa una inexistente película, y que era un concepto medio exótico para un museo, porque tiene la misma intención que poner una botarga en un parque de diversiones o una momia en una casa de espantos. Pronto me di cuenta de que más bien estaban grabando de verdad, y por mi curiosidad innata tuve que acercarme a ver qué hacían. Error!!!

Estaban entrevistando a los visitantes, y como yo me paré ahí junto a ellos muy pronto me pidieron que les diera una entrevista. Ni tiempo me dio de pensarlo cuando ya estaba frente a la cámara agarrando un micrófono con el logo del Gobierno Federal por una lado, y el dibujito del Bicentenario por el otro. Me preguntaron qué me había parecido la exposición, y contesté una serie de barrabasadas, como que era importante conocer los mensajes del cine, para comprender mejor una forma de difundir la idea del pasado y noséquémás… Creí que había acabado todo, porque incluso me agradecieron, y yo ya me iba, cuando se acordaron de lo último…

Entonces me pidieron que dijera “Me siento orgullosa de ser mexicana porque….” y yo podía decir lo que se me ocurriera. Fue en ese momento que comprendí lo que estaba haciendo, y en cinco segundos me vi en una pantalla del zócalo diciendo que Méxicoespocamadre al mismo tiempo que grandes estrellas de televisa hablaban de que el Bicentenario es nuestro cumpleaños. Aunque sé que las probabilidades de que algo así ocurriera son casi nulas, eso de andar reforzando patrioterismos como el objetivo fundamental de una conmemoración histórica, a los que menos beneficia es a los mexicanos… Por eso le dije al entrevistador que no podía decir eso, y me contestó que dijera cualquier cosa: “puedes decir lo que sea, como que estás orgullosa de las enchiladas”.

Obviamente no iba a decir eso, y le contesté que no iba a decir “estoy orgullosa de…” sino “me siento feliz de ser mexicana por…” cosa que, ahora que lo pienso, pa'l caso da lo mismo… Y otra vez me aventé un choro de Méxicotienemuchaculturaehistoria que, me cae que convence a cualquiera de que México rifa.

Ya saliendo pensé en cosas que pude haber dicho, como “estoy orgullosa de ser mexicana porque a pesar de tener puros gobiernos corruptos este país todavía existe”, o “me siento feliz de ser mexicana porque hay personas que no se rinden y siguen luchando”. Pero cualquiera de esas sería un optimismo que nomás no siento.

Pude ver muy claro en un ratito cómo los medios audiovisuales fueron en el pasado, y son en el presente, el arma más efectiva para difundir un discurso público vacío de contenido, pero que convence por la forma. Así va el Bicentenario, cuya finalidad más importante, parece ser la de fomentar un sentimiento: el patrotismo, que para el gobierno federal, es lo mismo que enchiladas.

Así pues, la cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen, solivanta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución. Y así los agrava.

Giovanni Sartori

Homo videns. La sociedad teledirigida.

domingo, 11 de julio de 2010

Ya quiero!

Aunque suelo ser poco expresiva ante cosas que me "emocionan", esta vez la felicidad me invade y se me nota por mi sonrisota. Sí, es un hecho banal y es simple, pero me hace sentir como que se me hincha el pecho y se dibuja una sonrisa en mi rostro. Voy a escuchar en vivo a Belle & Sebastian, cuya música me ha acompañado ya muchos años por diversos lugares y en diferentes momentos, y por esa razón tan simple, me hace feliz. Después de todo los recuerdos están ahí enclavados, pero el hecho de que un ritmo los haga salir a flote es como volver a vivirlos.

Es que el valor de la música está más allá de lo que dicen los críticos, las revistas, y el costo de un boleto y más bien responde al efecto producido por las notas y la concertada mezcla de sonidos y silencios. Por eso la música es una forma de lenguaje más, es universal y puede producir sentimientos tan fuertes como cualquier hecho vivido. Y esa noche, mientras admire con atención la forma de ejecutar los instrumentos, espero escuchar Beyond the sunrise y gracias a eso volver a mis 18 años, sentada frente al mar con la brisa golpeando mi piel, más sensible que nunca. Cuando oiga Electronic renaissance voy a caminar hacia la Universidad, con mis tenis nike azules que casi se quedaban sin suelas. El momento cumbre, quizá con Waiting for the moon to rise podría sacar una lágrima de esas que tengo atrapadas desde hace mucho...

Esperaba poder sentir todo eso, y lo veía como una lejana posibilidad. Me pone feliz esperar a que llegue ese día, porque le da un sentido más al futuro. Será sólo un momento efímero, pero así son las experiencias. Empiezan y acaban... pero quedan en la memoria.


jueves, 8 de julio de 2010

Un vecino sanjudero

Tengo un nuevo vecino. En la casa que ahora él habita, vivía una familia “normal” con un niño y una niña que a diferencia de los demás niños del barrio, se la pasaban todo el día en la calle, montando bicicleta o corriendo y gritando desaforadamente. La mamá estaba embarazada, y seguramente dejar a sus hijos en la calle todo el día era la mejor forma de olvidarse un poco de la maternidad irremediable que estaba todo el tiempo frente a sus ojos, y también dentro de su cuerpo.

Me parece triste que esos dos niños que jugaban en la calle eran la excepción y por eso los recuerde tanto aunque no vivieron mucho tiempo aquí, porque a pesar de que tengo más vecinitos infantes, en las calles suelen verse cada vez menos niños jugando, mientras que hay más adolescentes y jóvenes que se adueñan de las calles en motonetas o en autos que han sido equipados con un gran sonido en el que suena regaetton a altísimo volumen. Y digo que es triste porque recuerdo mi niñez en estos mismos lares, saliendo todas las tardes a encontrarme con muchos niños más, que igual que yo, no imaginaban razón alguna para no andar afuera. Sabíamos que había “robachicos” que podían a veces aparecerse en nuestras pesadillas. Pero ese era un temor más bien educativo que nos enseñaba que no debíamos hablar con extraños, igual que el miedo que las abuelas y las madres tradicionales solían inculcar a los niños para que hicieran sus deberes. Ahí estaba el señor del costal, o el ropavejero, que vendría por quienes no se comieran su plato entero, o no tendieran su cama.

A diferencia de esos temores accesorios en la educación de la niñez, ahora los padres suelen heredar un temor real por la violencia que, se dice todo el tiempo, está presente en las calles. Y por eso muchos niños ya no salen a jugar, y viven diarias tardes de televisor y chatarra, tal vez con temores igual de irreales que los que teníamos hace años, pero con una dosis más alta de videojuegos y grasa corporal.

Pues esos niños vagos que gritaban todo el tiempo afuera ya no viven aquí, y la casa que dejaron fue inmediatamente habitada por un nuevo vecino. Se trata de un hombre de unos 35 años, que habría pasado desapercibido por mí de no ser porque lo ví construír a un lado de la puerta de su casa un altar religioso. Cuando lo vi hacerlo, creí que se trataría de un azador de carnes o algo así,  pero el trabajo terminado me sorprendió porque dentro de la “suntuosa” construcción (con mosaicos tipo baño público y luces de árbol de navidad) estaba el santo estrella de los últimos años: San Judas Tadeo.

En la Ciudad el culto al primo de Jesucristo se ha extendido exponencialmente.  Se supone que es el santo de “las causas difíciles”, y quizá por eso un gran número de gentes que ven dura la situación actual lo han tomado como un ancla que  les da un poco de esperanza frente a la causa más difícil de estos tiempos, la que presenta una realidad en la que no hay oportunidades, ni de trabajo, ni de estudio, ni de poder, ni de “vivir mejor”. Como se trata de sectores marginados de la sociedad, se pueden vislumbar ahí muchos males provocados por la ausencia de expectativas ante el negro presente. Y así como muchos seguidores de San Judas piden por salud, o trabajo, otros tantos piden protección para sus actividades delictivas, por lo que el santo ahora “protege” a muchos creyentes del poder de la PGJ, para brindar otro tipo de justicia alterna e ilegal.

Y por eso, con mi mente llena de prejuicios hacia los sanjuderos, veo a mi nuevo vecino tan interesado en hacer un llamativo altar, creyendo fervientemente en que esa figurilla lo va a proteger, mientras yo me pregunto qué tan violento es ese sujeto, qué sustancias inhala y qué música escucha. Me pregunto si al igual que el sanjudero que me quizo quitar mi bolsa en el metro el 28 de Junio, se le hace fácil robar, o si le gusta ir a las fiestas a ver a las morras en el perreo. Me pongo a pensar si sueña con que el santo se le aparece ofreciéndole una mona sabor mango, o si cree que le brinda un halo de protección contra policías y patrullas.

Y me siento mal por mi actitud discriminatoria. Pero me siento peor pensando que son síntomas de una sociedad en la que oír de cadáveres, decapitaciones, incremento de la violencia, pobreza y desigualdad se ha vuelto tan común que ya no sorprende a nadie.