viernes, 25 de junio de 2010

Post tesisaurio.

Viernes y casi acaba un semana más. Casi acaba un mes, en el que por cierto, no he escrito casi nada. Ni aquí, ni en ningún lado. La tesis está presente en mi mente día y noche, lo que me hace recordar una anécdota de mi asesora, en la que contaba que por culpa de una investigación escribió en un documento importante que era el año 1929. A la fecha no he llegado a tal cosa, pero sí he tenido algunos sueños extraños con mujeres católicas que llevan velos negros en la misa, y yo estoy detrás de ellas queriendo analizar sus actitudes para descubrir los mensajes y códigos culturales en sus acciones.

Tras despertar de aquél sueño me di cuenta de que mi presión se estaba trasladando hacia el único espacio en el que me lograba sentir un poco liberada. Es que el tiempo transcurre y se acerca el día en que DEBO entregar ya mi tesis. Y yo pensando sólo en el pasado paso cada día sin cobrar conciencia de lo rápido que esto sucede. Soy una profesional del tiempo, me dedico a pensarlo, a tratar de entenderlo y a intentar detenerlo enfrascándolo en estáticas letras. Decidí dedicarme a la Historia (con H mayúscula), y por primera vez en mi vida me enfrento con lo que significa meterse al pasado con la mente, lo que implica estar todo el tiempo pensando en los muertos de una época lejana.

Aunque mi tema no está tan alejado en el tiempo (es la década 1920), los intentos que hago por meterme en las ideas de esas personas, que tenían códigos de comportamiento e inquietudes muy ajenas a las de mi época, me ha traído graves conflictos. Intento acercarme a las inquietudes de un grupo de mujeres que creían en dios, y que estaban dispuestas a dedicar su vida a luchar por él. Que creían que el gobierno estaba compuesto por una bola de ateos cuyas almas estaban condenadas a ir al infierno, y que además estaban convencidas de que toda transformación era el camino directo a la ruina. Por eso se oponían a las faldas cortas, a los cortes de cabello, a los bailes “escandalosos” y a la educación laica. Decían que si las cosas seguían así, la sociedad iba a desordenarse, iban a desaparecer los matrimonios, y las mujeres no querrían procrear. La ruina total, decían. 90 años ha de eso, ellas no pudieron detener las cosas, y el mundo no se ha acabado.

Y yo aquí sigo, parada en medio de un mundo en el que las certezas se han acabado, en el que el germen del cuestionamiento se ha inmiscuido tan adentro que ya ni nos tomamos en serio aquello que pueda sonar absoluto. La duda está ahí siempre, esperando escuchar una segunda opinión para saciar su apetito. Por eso me cuesta entenderlas, porque ellas sí que tenían una certeza: creían.

Por eso ayer leía con mucho interés una nota que apareció en La Jornada acerca de las inconsistencias en los censos médicos que analizan la relación entre el tabaquismo y ciertas enfermedades. En ella se desató la polémica abierta en torno a las consecuencias del cigarrillo, porque el autor expuso una postura contraria a la clásica, que dice que fumardacáncer, y como era de esperarse, alguien levantó la voz para refutarlo.

Lo que decía el autor, era que los datos que manejan las organizaciones antitabaco vienen de fuentes poco confiables, ya que sus investigaciones están financiadas por farmacéuticas que crean medicamentos para ayudar a la gente a “dejar de fumar”. Lo que quiero decir con esto es que por más que uno crea en algo, como que el tabaco es malo y provoca cáncer, siempre habrá alguien que pueda refutar, o al menos, abonar un poco a la idea contraria. Y así los no fumadores podemos fácilmente creer que fumardacáncer y sentirnos mejor porque no fumamos, mientras que los fumadores pueden aferrarse a la idea de que eso no está comprobado al 100%, y de que muchos cancerosos contrajeron la enfermedad por otra cosa, como comer margarina, hablar por celular, o estar demasiado cerca del microondas.

Es que ahora hasta las certezas “científicas”, o sea, que según son irrefutables y por eso se vuelven ley, se cuestionan. Y así los fumadores ya no le creen ni a los médicos. Y los no fumadores, pues tampoco…

Que qué tiene que ver esto con mi tesis. Pues todo, porque en la base de los pensamientos humanos, de las cosas que mueven a las personas a actuar de tal o cual forma, están una serie de ideas muy fijas, que dan impuso a la existencia. Esa es la certeza primordial, que puede estar en cualquier cosa, como en la idea de que trabajando más y más uno va a tener más dinero y gracias a eso va a alcanzar la felicidad, en que los hijos que uno tuvo necesitan a sus padres pa poder vivir, en que la democracia es el camino más corto a la justicia o qué se yo…

Mis damas católicas tenían una certeza, que según yo, si alguien ya se la creyó (o no la ha puesto en duda nunca) es la más grande certeza de todas, la que le da una base totalmente lógica (teológica) a la existencia: la creencia en dios. Así nomás, en dios. Y con base en esa idea ellas actuaron en un mundo que parecía serles muy hostil y hasta ayudaron a que se hiciera una guerra en nombre de dios. Y yo por eso no las entiendo, porque ahora cualquier cosa puede ser cuestionada. Porque a mi las certezas así nomás no se me dan, y básicamente porque no creo en dios.

Pero cada día que paso pensando en el asunto, creo que me acerco un poquitito más a lo que sentían al ver que la base de todo lo que creían empezaba a desmoronarse sin que pudieran hacer nada al respecto. Eso que ellas vivieron fue sólo una manifestación más de ese camino a la no-certeza, cuyos frutos están en el aire que respiramos hoy, ya sea que fumemos tabaco o no.

Intentaba con todas mis fuerzas sentir fe, aunque sólo fuera para cumplir con mi deber social, pero cuanto más insistía y buceaba dentro de mí, más me sentía obligada a reconocer que no creía. En cuanto yo sabía, incluso el alma había huído de mí. Se daba el caso curioso de que, por primera vez (…) me sentía obligada para con los demás, y no para mi alma o para con Dios, lo cual era una demostración de que había perdido a Dios…

                                Memorias de una joven católica

                                                         Mary Mc Carthy